Con el correcorre de la vida, a veces puede que sea difícil detenerme, descansar y cuidar de mí. Tal vez me sienta presionado a hacer una multitud de cosas y a mantener un paso frenético para cumplir con todas las exigencias. De ser así, recuerdo las palabras de una canción: “Me apuro para poder hacer las cosas. Oh, y me apuro tanto que la vida deja de ser divertida”.
Cuidar de mí es honrar al Espíritu morador. Descanso, respiro y desisto de las presiones y preocupaciones. Tomo tiempo para conectarme con Dios a través de la oración y la meditación. ¡También tomo tiempo para divertirme! Cuidar de mí me llena de energía, no disminuye mi capacidad para cuidar de los demás y fortalece mi relación con Dios.
Gran regocijo hay en mi corazón y en mi alma; todo mi ser siente una gran confianza.—Salmo 16:9
Con los ojos frescos de un viajero, contemplo la Verdad.
El escritor inglés G. K. Chesterton dijo: “El viajero ve lo que ve, el turista ve lo que ha venido a ver”. Cuando llego a un lugar —bien sea conocido o extraño para mí— lo observo con ojos de viajero. No enfoco mi atención sólo en lo que esperaba ver. Hago a un lado nociones y expectativas preconcebidas. Me empapo con las experiencias del momento presente.
Ya sea que esté de viaje o en casa, participo plenamente en la jornada ante mí. Me conecto genuinamente con el mundo —estoy receptivo a nuevas lecciones, nuevo entendimiento y a ser transformado totalmente por todo lo que encuentro.
Camino con ojos de viajero por el sendero bendito y sagrado de la vida.
Ábreme los ojos para contemplar las grandes maravillas de tus enseñanzas.—Salmo 119:18