Padre mío, ahora que las voces se silenciaron
y los clamores se apagaron, aquí al pie de la cama
mi alma se eleva hasta Tí, para decirte:
Creo en Tí, espero en Tí, te amo con todas mis fuerzas,
Gloria a Tí Señor.
Deposito en tus manos, la fatiga y la lucha,
las alegrías y desencantos de este día que quedó atrás.
Si los nervios me traicionaron, si los impulsos
egoístas me dominaron, si dí entrada al rencor
o a la tristeza, ¡Perdón, Señor!. Ten piedad de mí.
Si he sido infiel, si pronuncié palabras vanas,
si me dejé llevar por la impaciencia.
Si fui espina para alguien ¡Perdón, Señor!.
No quiero esta noche entregarme al sueño,
sin sentir sobre mi alma la seguridad de tu misericordia,
tu dulce misericordia, enteramente gratuita, Señor.
Te doy gracias, Padre mío, porque has sido la sombra fresca
que me ha cobijado durante todo este día.
Te doy gracias porque, invisible, cariñoso, envolvente,
me has cuidado a lo largo de estas horas.
Señor, a mi alrededor ya todo es silencio y calma.
Envía el angel de la paz a esta casa. Relaja mis nervios
sosiega mi espíritu, suelta mis tensiones,
inunda mi ser de silencio y serenidad.
Vela sobre mí, Padre querido, mientras me entrego
confiado al sueño, como un niño que duerme
feliz entre tus brazos.