Me queman en las manos caricias sin destino, a las que puse nombres que más tarde borré; hoy que mi huella acopla tu pie sobre el camino, y tu piel las requiere, tu nombre les daré
Su propio nombre cada estrella tiene, en realidad dos nombres; no engendrados en lentes telescópicas, ni acumulados por el tiempo en códices. En las noches serenas, cuando duermen los ruidos y el desorden, cuando danza el misterio de los vientos sin apenas turbar la paz del roble, y deposita el mar sobre la playa suspiros que aprendió en el horizonte, si contemplan el cielo dos amantes, habrá una estrella que a los dos adopte. Anónima ya no, ya no perdida en el profundo vientre de la noche, será una estrella con destino propio a partir de ese instante, con dos nombres.
Y cuando los amantes se distancian, ya en silencio o a voces, ya con sangre o claveles en el alma, siguiendo su camino de dolores, de fatiga, rencor o indiferencia, la estrella brillará entre los reproches, a pesar del olvido, del desprecio, parpadeando en morse los dos nombres unidos para siempre, aunque ninguno de ellos los evoque.
Tal vez ninguno de los dos entienda este lenguaje tácito en la noche, pero se amaron, y en la estrella consta, y el universo entero lo conoce.