Soy un conducto de la compasión y el amor divinos.
Al dar, recibo. Cuando elijo ayudar a alguien, beneficio tanto a la persona como a mí —ya que me convierto en un conducto del amor de Dios. Recuerdo una oportunidad cuando alguien pudo ver mi dolor o dilema y me ayudó. Tal vez mi padre o madre, un amigo, maestro o entrenador me ofreció ayuda para aliviar mi pesar.
Cuando recuerdo esas instancias, me doy cuenta del impacto positivo que tuvieron en mi vida. Yo también puedo ser un conducto de la compasión y el amor divinos. Hoy ofrezco ayuda a otra persona cuya vida pudiera ser mejorada mediante mis acciones bondadosas y benéficas.
El poder de un acto sencillo de consideración nunca deja de asombrarme. Marco una pauta positiva al demostrar el amor de Dios.