Respondo el llamado del Espíritu y avanzo por un camino dirigido de manera divina.
Existen momentos en los que me siento inclinado a ayudar a los demás: a abogar por una causa o por un necesitado. Mientras más me involucro en este tipo de cometido, más siento el llamado de hacer la diferencia en el mundo.
Ser llamado a ayudar a otros es algo que me apasiona, y tengo la seguridad de que el Espíritu divino me dirige de maneras que me ayudan a hacerlo. Al ir a mi interior por guía, recibo nueva comprensión acerca de cómo puedo establecer una red de contactos que me ayuden en mi causa y cómo puedo apoyar organizaciones con valores congruentes con los míos.
Dios me guía a establecer un cambio positivo en mi vida y en las vidas de los demás.
Clama a mí, y yo te responderé; te daré a conocer cosas grandes y maravillosas que tú no conoces.—Jeremías 33:3
En mí existe el potencial de un gozo que, si se lo permito, puede infundir cada aspecto de mi vida. Es una alegría apacible que centra y calma mis emociones, y que irradia de mí para alentar y bendecir a todos a mi alrededor.
Dicho gozo exuberante no puede ser contenido; burbujea como risa, canción o el deseo de bailar. Esta energía pura es el resultado directo de un poder interno que no puede ser suprimido. En momentos retadores, el gozo morador me recuerda que no importa lo que esté sucediendo a mi alrededor, siempre hay esperanza y una razón para seguir adelante. En cualquier forma que surja, el gozo es parte integral de quien soy.
El Señor es mi poderoso protector; en él confié plenamente, y él me ayudó. Mi corazón está alegre; cantaré y daré gracias al Señor.—Salmo 28:7
La base familiar de un hogar proporciona más estabilidad que los ladrillos y el cemento. Cuando las personas en una casa viven partiendo de la comprensión de que el espíritu de Dios está en cada una de ellas, ese hogar se convierte en un oasis de paz y amor que no puede ser abatido.
Bendigo mi hogar con comprensión. Afirmo la presencia de Dios en toda mi casa. El ambiente afable de mi hogar envuelve con amor y respeto a todos los que entran a él.
La indiferencia o la discordia no son bienvenidas y se disipan por la falta de aceptación y atención. Existe una unidad de espíritu y amor que prevalece durante cada conversación, comida y actividad.
Mientras Jesús iba de camino, entró en una aldea, y una mujer llamada Marta, lo hospedó en su casa.—Lucas 10:38