Aun cuando el día esté nublado o lluvioso, la luz divina resplandece todo el tiempo por medio de mí como el sol. El dirigirme a mi interior me pone en contacto con mi esencia divina. Tomo conciencia de todo el resplandor que proviene de mi interior. Siempre existe abundancia de luz irradiando en mi corazón y mente. La luz de mi ser disipa toda sombra.
Mi alma rebosa de luz. Yo soy un canal por medio del cual Dios se expresa. Existen tanto gozo y calidez en mí que tengo que compartirlos en mis interacciones. Mi perspectiva refulgente es contagiosa. Eleva a las personas a mi alrededor y las pone en contacto con su propia luz. También son motivadas a compartir la luz en ellas. La luz divina exuda de mí para alumbrar el mundo.
Tengo mucho por aprender de la vida y de las palabras de Jesús, el Maestro supremo. Sus palabras para quienes lo perseguían: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen” hablan del poder increíble del perdón. Jesús sabía que quienes lo perseguían no vivían ni actuaban partiendo de su naturaleza verdadera.
Como un ser espiritual, como creación de Dios, tengo la capacidad de perdonar. El perdón incluye dejar ir percepciones que no promueven el bien. Al perdonar, dejo ir perspectivas limitantes y tengo una visión más elevada de la situación. Mi mente y corazón comienzan a ver más claramente. Contribuyo a resultados positivos en cualquier situación difícil. Yo soy liberado a medida que perdono.
Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.—Lucas 23:34