Cada aliento que tomo conscientemente me ayuda a estar más cerca de Dios. Al respirar, recibo la sensación de la vida que se expresa a través de mí. Al inhalar profundamente, llenando mis pulmones de oxígeno, me vuelvo consciente del centro de mi corazón.
Esa conciencia me deja saber que no estoy solo; nunca podría estarlo. Dios está siempre conmigo y en mí. Cuando exhalo, dejo ir la tensión que he venido cargando; y siento que mi mente y cuerpo se vuelven más livianos y libres.
Al retornar a las actividades del día, llevo conmigo los dones de la respiración consciente. Estoy alerta, me siento centrado, energizado y en paz, profundamente consciente de Dios, mientras me mantengo completamente presente en el mundo.