El Pirata Alpargata
Había una vez,
hace mucho tiempo,
un barco que navegaba
por los mares de sur.
Era un galeón pirata
y al mando estaba
el Capitán Alpargata.
El Pirata Alpargata
era un jefe pirata
como todos los demás.
Tenía un garfio en una mano,
un parche en un ojo
y una pata de palo,
y es que era un poco despistado
este pirata y todo lo perdía.
Una tarde,
mientras asaltaba un barco enemigo,
entre el enorme lío de gente,
perdió una pierna y
nunca la volvió a encontrar
y en su lugar tuvo que ponerse
una de madera como hacían
todos los piratas.
Y lo mismo le ocurrió con la mano
y con el ojo.
Pero para colmo de sus desdichas
en el pie que aún conservaba
el pirata Alpargata
tenía un juanete,
que le hacía ver las estrellas
cada vez que se calzaba
sus lustrosas botas de pirata,
por lo que nuestro amigo
sólo podía usar alpargatas,
mejor dicho, alpargata.
Y es por eso que era conocido
en el mundo entero
como el Pirata Alpargata.
Pero un día durante
un viaje por alta mar,
se desató una tormenta con truenos,
relámpagos y mucha
, mucha, mucha lluvia.
Y ¿sabéis lo que pasó?
Pues que su alpargata se mojó y,
claro, se estropeó.
Al Pirata Alpargata
no le quedó más remedio
que ir a buscar otro zapato.
Así que cuando se calmó
la tempestad
se decidió a encontrar al mejor
zapatero del mundo que le hiciera
un zapato digno de
un gran Capitán Pirata.
Y así, junto con su tripulación
recorrió
los siete mares
en busca de su calzado
y llegó al reino donde
vivía el zapatero Calimero.
“Necesito un zapato,
Calimero”-le dijo el pirata.
“Creo que tengo lo que busca” –
le respondió
el zapatero Calimero y le mostró
una chancla de playa.
“Qué cómoda parece,
pero se me congelarán
los dedos cuando viaje
al frío mar del Norte”-
contestó Alpargata.
“Pues quizá le guste este precioso
zapato de tacón” –dijo Calimero.
“Es muy bonito y elegante
y la verdad es que me
queda muy bien
. ¡Además me hace más alto!
Pero no podré correr
ni saltar al abordaje con él
. Tampoco me sirve.”
“¿Y qué le parece este otro?
Con este sí podrá correr
– preguntó el zapatero enseñándole
una zapatilla deportiva.
“Uy, no.
Me tendré que
atar los cordones
y con lo despistado
que soy se me olvidará,
me los pisaré y
me daré un batacazo.”
“Espere, ¡ya lo tengo!
Hace pocos días me trajeron
un zapato que alguien se dejó olvidado
en un baile en el palacio.
Y sólo hay uno, así que le valdrá”.
Y Calimero le sacó
un diminuto zapatito de cristal,
pero en cuanto Alpargata
introdujo el pie… ¡cras!
Se rompió en mil pedazos.
“¡Oooh! Nunca encontraré
un zapato que me sirva” –
se quejaba el pirata,
perdiendo toda esperanza.
El Capitán Alpargata
se despidió del zapatero
Calimero y se marchó,
descalzo, con su barco
rumbo a otro
lejano destino.
Hasta que, tras varios días
navegando y navegando
divisaron tierra en el horizonte:
“¡Tierra a la vista!” -
gritó el vigía desde lo alto
del mástil. Habían
visto una isla en el horizonte.
¿Sería la isla del tesoro?
¡No! Mucho mejor:
Era la isla de los Piesdescalzos;
una tribu que no conocía
los zapatos y por eso siempre
andaban descalzos.
Alpargata atracó su barco
en la playa de la isla
y desembarcó.
“¡Por fin un sitio donde
poder andar sin zapatos!
Creo que me quedaré aquí a vivir” –
pensó.
“La verdad es que estaba
un poco cansado
de viajar en el barco
de un lado para otro,
de buscar tesoros y asaltar
otros barcos. Sí, aquí
me quedaré a vivir”.
Y así fue como el
Pirata Alpargata
se hizo amigo de la tribu
de los Piesdescalzos
y montó una zapatería
con la que hizo zapatos
de todo tipo a todos
los piesdescalzos.
Y colorín colorado
este cuento pirata se ha acabado.
Cuento de Rodrigo García, Madrid.