Huelo en las estelas del viento, el aroma del campo y el sudor del trabajo. Huelo en avenidas y calles, el hedor de basuras, de cemento y de smog. Huelo en mis sabanas rojas, de tu piel la esencia y el olor de mujer.
Veo en el margen del horizonte, la aurora del día y el preludio nocturno. Veo en pantallas brillantes y planas, como vive apurado muriendo el mundo. Veo en lo profundo de tu mirar, el rostro del hijo que pudimos tener.
Oigo en los parlantes del tiempo, el lamento de muchos que cargan dolor. Oigo las risas y cantos de niños, que las apaga, insensible, el tronar del bañón. Oigo en el aire el lamento de un canto, que es el tuyo que no se quiere alejar.
Siento en el paladar un dulce gustito, es el azúcar de la leche del pecho materno. Siento en la boca ardor y acidez, que provocan las mezclas de droga y alcohol. Siento en mis labios un rojo sabor, de besos que dicen: de ti no me quiero alejar.
Tocan mis dedos apéndices en teclas, que revuelven dígitos en el caos del devenir actual. Palpo con mis manos gastadas, el rostro de los niños que abandoné en el tiempo. Dejo que mi piel sedienta se adhiera a la tuya, envolviendo dos cuerpos que no se quieren separar.
Palpo la pálida piel de luna que abriga tu cuerpo. Siento con la lengua el sabor de tu ser. Oigo muy claro cuando ríes, cantas y lloras. Veo en tus ojos la verdad cuando dices: te quiero. Huelo en distancia, sin verte, si vienes o vas. ¿Qué será, que en mis cinco sentidos siempre estas tu?