Y no, no queda tiempo.
Alzar el rostro
y dejar que te preñe la garganta
un campo humedecido de cerezas,
y el vómito de almizcle,
y el asfalto,
hendir la intermitencia de tus labios,
o aventar las semillas de tus manos
en pálpito de lluvia.
Y no, no queda tiempo.
Rendirse a la orfandad de tus pupilas,
al cálido intersticio de tu vientre,
y bañarse de sal,
y clausurarte,
tejer de caracolas tu cintura,
de peces la inocencia de tu abrazo
y dormirse en tu voz mientras la niebla
le cose telarañas a la noche.
Y no, no queda tiempo.
Pintar el claroscuro de tu espalda,
la cósmica impiedad de tus perfiles,
y el vértice de piedra,
y las abejas,
arrancarse la piel como si el viento
escupiese pedazos de memoria,
deshojar la ternura y el cansancio
de yunques calcinados.
Y no, no queda tiempo.
Esconder el dolor entre los puños,
el golpe de hoja seca,
la renuncia,
el ácido sabor de los escombros,
tu boca, el musgo, el mar,
tu luz de estambre,
pero miro este sol
y te recuerdo.