LA CARTA
Si escribo con sìmbolos tu nombre y cotidianamente te descubro todo me lleva a ti.
Si en los rastros del viento
te siento,
en los signos del agua te conozco, eres para mi la imàgen viva de una eterna presencia.
Yo aùn añoro un azul transparente, un desierto enigmàtico, la grandeza de un mundo ahondàndose en mí y la arena me quema todavìa.
¡Cuànto sol! Cuànto amor detràs de cada piedra, buscando su refugio, su espejismo encantado entre las sombras...
Aùn me liga la cadena del tiempo, el misterioso jeroglìfico, el gesto inmemorial hallado en cada sello, en cada fragmento de granito, en el recinto sagrado de los muertos.
Amor, cuàntos recuerdos, cuànta historia estremecida por mil guerras fugaces, cuànta hermosura en cada empresa, cuànta tragedia al mismo tiempo!
Imàgen tras imàgen, vuelven a aparecer los monumentos, las columnas inmensas, los fantàsticos templos.
Todo se transfigura y el tiempo se dilata, se torna dùctil, susceptible al calor de la memoria.
Entonces pareces màs cercano, como personificando un mito y vuelve a mi recuerdo aquella noche...
La esfìnge y las piràmides entre ecos y luces taciturnas, eran el lìmite del mundo...
Que grandioso espectàculo cubriendo en horizonte y entre besos de estrellas què hondo aliento respiramos, què eternidad nos conmoviò hasta el fondo!
Desde esta tierra americana donde el sol y la lluvia se confunden, donde los pàramos, los montes se entrelazan y las voràgines se crecen dìa a dìa, desde este mundo joven te recuerdo y olvido la distancia y las fronteras.
Cristina Maya
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