Oro con otros según se expande su conciencia de su naturaleza divina.
Antes de orar con otros, centro mi atención en la paz de Dios en mí. La luz de Dios resplandece en mí y la dirijo amorosamente hacia mis seres queridos. Siento gratitud por las personas que han bendecido mi vida, y las rodeo de amor y paz.
Me afianzo en la Verdad de que mis seres queridos están siempre envueltos en el amor de Dios. Al orar con ellos, afirmo que sus necesidades ya están satisfechas. Me regocijo al saber que descubren su naturaleza divina y que tienen todo lo que necesitan. Con un corazón agradecido, dejo ir cualquier duda o preocupación. Mis seres queridos son guiados, apoyados y amados de manera divina en todo lo que hacen.
Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.—Filipenses 4:7
El amor sanador se siente como un baño tibio y reconfortante. Soy amado y apoyado, y tengo presente que todo promueve mi curación. El amor de Dios me calma y alivia cualquier dolor. Recibo alivio al abrir mi corazón al Amor Divino.
En este momento, me siento renovado y restaurado. Mi respiración fluye suave y naturalmente. Con cada aliento, experimento más salud y paz. El proceso sanador de Dios obra desde la punta de mi cabeza hasta la punta de mis pies. Cada célula trabaja en armonía y cada órgano responde positivamente. El amor de Dios unifica mi mente, cuerpo y espíritu. La energía sanadora fluye en mí y por medio de mí. Afirmo mi unidad con el Amor Divino, la fuente de toda curación.
Mi Señor y Dios, te pedí ayuda, y tú me sanaste.—Salmo 30:2
Acepto las bendiciones celestiales a mi alrededor cada día.
Puedo experimentar el cielo aquí y ahora, porque es un estado mental que está siempre disponible para mí. El cielo se expresa en mí y a mi alrededor como bendiciones divinas. Experimento el reino de Dios de muchas maneras. Veo bendiciones celestiales en la sonrisa de un ser querido y en la belleza de un atardecer. Las oigo en el rugir del océano y en la risa de un niño.
Las siento en la calidez del sol y en el abrazo de un amigo. Las saboreo en un vaso de agua refrescante y en un tomate maduro. Siento el aroma de las bendiciones celestiales en la fragancia de una flor y en el olor del pan en el horno. El cielo está aquí y ahora. Lo veo, lo oigo, lo siento, lo saboreo y siento su aroma cada día de maneras innumerables.
Mi socorro viene del Señor, creador del cielo y de la tierra.—Salmo 121:2