"Los cultivos transgénicos no son una
herramienta ni una estrategia tecnológica que permita aumentar la
producción agrícola, ni de alimentos ni de otro tipo de producto. Por el
contrario, los cultivos transgénicos están inevitablemente asociados a
una disminución de la producción."
Desde la distancia, saludo a todas y todos. Agradezco sinceramente la
oportunidad de participar en esta audiencia. Pido disculpas por no
estar con ustedes personalmente, pero no pude viajar por razones de
fuerza mayor. La audiencia que se desarrolla hoy y otras formas de
movilización en defensa del maíz que ustedes están llevando a cabo no
son importantes sólo para México, sino también para el resto de nuestros
países. En nombre propio y de todos los compañeros y compañeras de mi
organización, les deseamos el mejor de los éxitos y reiteramos nuestra
disposición a ayudar este proceso tan valioso. Y por la oportunidad de
participar, nuevamente muchísimas gracias.
Lo que quisiera hacer es presentar cinco puntos que creo que ayudan a
construir un cuadro amplio que a su vez permita juzgar adecuadamente qué
significa introducir maíz transgénico en México. Son cinco puntos que,
por supuesto, deben ser complementados y serán complementados por los
muchos otros elementos que serán escuchados por esta audiencia.
¿Cuáles son estos cinco puntos? El primero es que los cultivos
transgénicos no son una herramienta ni una estrategia tecnológica que
permita aumentar la producción agrícola, ni de alimentos ni de otro tipo
de producto. Por el contrario, los cultivos transgénicos están
inevitablemente asociados a una disminución de la producción. ¿Por qué?
Porque las plantas transgénicas son plantas a las que se les obliga a
producir sustancias extrañas, sustancias que normalmente no producirían.
Para eso las plantas transgénicas le deben robar energía, agua y
nutrientes a su producción normal y por ende terminan produciendo menos.
En otras palabras, si comparamos un grupo de plantas con otro grupo de
plantas con las mismas características, pero a las cuales se las ha
convertido en transgénicas, las transgénicas producirán menos que las
normales. Este es un fenómeno comprobado, no sólo a través de la
experiencia de campo, sino también en ensayos de centros de
investigación que indican que la disminución del rendimiento -al cual se
le llama “brecha productiva”- es de al menos un 10%
La pregunta, entonces, es ¿por qué, si los cultivos transgénicos no
aumentan la producción, se les está tratando de imponer con tanta
fuerza? La respuesta es que los cultivos transgénicos tienen otros
objetivos que para las empresas son muy importantes. Aquí mencionaré dos
de ellos. El primero es maximizar las ganancias del puñado de empresas
que hoy controlan las semillas transgénicas y la producción de
agroquímicos. El segundo, muy ligado con el anterior, es pasar a ser
parte de ese conjunto de medidas -técnicas, económicas, legales y
políticas- que tienen como meta acabar con la producción independiente
de alimentos; es decir, acabar con la producción que hacen campesinos,
pescadores, pastores, pueblos indígenas y pequeños productores del mundo
entero, para poner esa producción bajo el control de los grandes
capitales.
¿Cómo esperan hacer esto? Primero, todos los cultivos transgénicos, sin
excepción, están patentados o sujetos a alguna otra forma de propiedad
intelectual. Por lo tanto, quienquiera que los use se verá obligado a
comprar semillas año tras año. Y no sólo eso; además se verán obligados,
mediante un contrato que deberán firmar al momento de comprar la
semilla, a comprar un conjunto de agroquímicos, producidos la mayoría de
ellos por las mismas empresas semilleras. Hoy día, por ejemplo, la
mayoría de quienes cultivan transgénicos se ve obligados a utilizar
glifosato, pero ya se están preparando otros transgénicos que obligarán a
quienes los cultiven a comprar y utilizar además otros productos
químicos. Entonces, los transgénicos son una herramienta diseñada y
utilizada para expandir el mercado de las semillas y el mercado de los
agroquímicos. Aquí estamos hablando de muchísimo dinero. Actualmente el
mercado de las semillas es de alrededor de 20000 millones de dólares
anuales y las empresas quieren llegar a al menos 40000 millones para el
año 2020, y seguir creciendo después de eso. El mercado de los
agroquímicos es aún más grande, tres o cuatro veces eso. Lo que no
debemos olvidar es que si las empresas quieren vender todos los años
20000 millones de dólares adicionales sólo en semillas, significa que
alguien deberá pagarles ese dinero. En los planes empresariales, ese
“alguien” incluye a campesinos e indígenas.
Como decía, el segundo objetivo de los cultivos transgénicos es terminar
con la producción independiente de alimentos. ¿Qué tiene que ver esto
con todo lo que hemos hablado? Con los transgénicos los agricultores y
campesinos se verán obligados a firmar contratos donde se comprometen a
cultivar de la manera en que la empresa lo determine. La empresa
determinará fecha de siembra, dosis de semilla, distancias entre surcos,
labores de cultivos, qué agroquímicos usar, cuándo y en qué dosis, etc.
De acuerdo a las leyes de propiedad intelectual, las empresas incluso
tienen la posibilidad de fijar a quién se le va a vender el producto. La
capacidad de decidir cómo cultivar, cuándo cultivar, qué cultivar, cómo
cuidar el suelo o el agua al cultivar, cómo combatir las plagas o
enfermedades, y las muchas otras capacidades necesarias para ser un buen
cultivador, van a quedar eliminadas por contrato. A eso se le suma que
será delito guardar o intercambiar semilla y que aumentarán los costos
por la obligación de comprar esas mismas semillas y otros insumos. Lo
que veremos entonces es la imposición de contratos que nos dirán que
está bien no ser un cultivador libre, que está bien despreciar el
conocimiento propio y someterse al de las empresas, que es un delito
cuidar e intercambiar semillas, como los pueblos del mundo lo han hecho
desde que hay agricultura, y que está bien obligar a campesinos y
pueblos indígenas a endeudarse. Para las empresas el camino está claro: o
logran obligar a los campesinos e indígenas del mundo a pagarles, o se
les expulsa de la tierra para que los reemplacen grandes empresarios que
sí pagarán. Y los cultivos transgénicos sirven para una y otra cosa.
Pero los transgénicos no actuarán por sí solos. Cada uno de estos
elementos será reforzado por un conjunto de otras leyes y políticas que
ya están en marcha. Son los programas tipo PROCEDE y PROCAMPO, o las
leyes de semilla, las llamadas buenas prácticas agrícolas, los tratados
de libre comercio que permiten que grandes capitales extranjeros compren
millones de hectáreas en nuestros países, las normas de calidad que
sólo benefician a los más grandes, y muchas más. Son un conjunto de
leyes y políticas que si se imponen y tienen éxito, el resultado será
campesinos y pequeños productores endeudados y dependientes, las
condiciones exactas que han llevado a la expulsión desde la tierra a un
número inmenso y creciente de comunidades indígenas y campesinas. Si los
campesinos y pueblos indígenas desaparecen, lo que veremos es que las
transnacionales no sólo controlarán las semillas, los agroquímicos y los
fertilizantes, además controlarán la alimentación. Y ese es el mercado
más grande del mundo, el más lucrativo y el más cautivo, por lo que
controlarlo es hoy un objetivo central de los grandes capitales. Y en
ese cuadro, los cultivos transgénicos encuadran perfectamente, son la
herramienta perfecta para avanzar hacia los objetivos que las grandes
empresas tienen. Por eso quieren imponerlos.
El segundo punto que quiero destacar es que la contaminación transgénica
no es un accidente, no es un descuido de las empresas. Tampoco es un
descuido de los campesinos o agricultores, como nos quieren hacer creer.
La contaminación es un proceso impulsado deliberadamente por las
empresas que controlan las semillas transgénicas.
¿Cuáles son los principales cultivos transgénicos hoy en día? Son
principalmente cultivos asociados a la alimentación: maíz, soya, canola.
Son tres cultivos que tienen un altísimo e inexorable poder de
contaminación. El maíz -como todo el que lo siembra sabe- se puede
cruzar a kilómetros de distancia con cualquier otra variedad de maíz. Al
contaminar el maíz se contaminaron cientos de variedades y se contaminó
toda la cadena agro-alimentaria industrial, porque el maíz lo comemos
no sólo directamente, sino también como aceite y como azúcar. Por lo
tanto, con el maíz se contaminó la alimentación de miles de millones de
personas. La soya transgénica fue la herramienta que utilizaron las
empresas para contaminar la alimentación animal y con ello los alimentos
de origen animal, además de casi todo los alimentos procesados, que
utilizan la soya como conservante. La soya contamina mucho menos que el
maíz en el campo, pero su poder de contaminación de los alimentos es
posiblemente mucho mayor, y seguirá creciendo en la medida que la
alimentación sea cada vez más procesada y controlada por la industria
procesadora . La canola también sirvió para contaminar la alimentación
animal y los aceites. Este es otro cultivo que se puede cruzar a grandes
distancias, pero no se cruza sólo con otras variedades de canola, sino
con una larga lista de otras plantas, desde hortalizas como la coliflor o
el repollo, hasta plantas silvestres como la mostaza silvestre. Al
contaminar la canola, se perdieron diversas variedades de canola no
transgénica y se contaminaron de manera invisible cultivos que comemos
tranquilamente como naturales.
Si las empresas biotecnológicas hubiesen querido evitar la contaminación
transgénica, lo último que habrían hecho habría sido elegir el maíz, la
soya y la canola. Ni el más mediocre o ignorante de los genetistas,
biólogos, agrónomos o biotecnológos puede desconocer el alto poder
contaminante de estos tres cultivos. Por lo tanto, la contaminación es
una estrategia deliberada, y lo es porque quieren imponer la
contaminación de hecho. Su objetivo es causar una contaminación tan alta
que puedan decir que ya no hay nada que hacer. Fue la estrategia que
siguieron en los países del Cono Sur y es lo que quieren hacer en
México. En México se encontraron con que no es tan fácil contaminar
mediante la introducción ilegal de semillas, como lo hicieron en Brasil y
Paraguay, porque ha habido una reacción desde las comunidades y desde
quienes cultivan el maíz propio, que ha impedido que la contaminación se
esparza como fuego. Por lo mismo, necesitan introducir el maíz
transgénico de manera legal para hacerlo de manera masiva.
Pero la contaminación no es utilizada sólo para vencer la resistencia.
Es además parte de una estrategia altamente perversa: las empresas
semilleras contaminan a través de los cultivos transgénicos y una vez
que contaminan no piden disculpas, no remedian la situación, ni pagan
indemnización, sino que dicen que ese cultivo contaminado les pertenece,
al menos en parte. Y como una parte es de las empresas, las empresas
deciden que quien fue contaminado no puede seguir cultivando esa
semilla, a no ser que pague por el permiso. En otras palabras, mediante
la contaminación, las empresas pueden obligar a que la gente pague por
sembrar las semillas que ha cultivado toda su vida o pueden obligarles a
abandonar sus cultivos. Es así que los cultivos transgénicos se
convierten en una herramienta para arruinar los cultivos no transgénicos
y reclamar propiedad sobre ellos. Es lo que están haciendo en Estados
Unidos y Canadá, donde hay miles de agricultores sometidos a juicio o
demandados por las empresas. Este es un peligro que hoy se cierne sobre
todos los agricultores; el peligro es incluso mayor para los que se
resisten a los transgénicos, pero que están en las cercanías de ellos.
En el caso del maíz, debido a su capacidad para cruzarse ampliamente,
“estar cerca” bien puede significar todo el territorio mexicano.
Un tercer punto que quisiera presentar es que la liberación de cultivos
transgénicos es el equivalente a contaminar el mundo y especialmente
nuestra alimentación con una cantidad creciente de sustancias químicas
desconocidas. Es una cantidad creciente, porque la contaminación se
multiplica, porque esas sustancias extrañas que las plantas se verán
obligadas a producir irán en aumento en la medida que más plantas se
contaminen. Si los transgénicos se imponen tendremos una cantidad
incalculable -en el sentido que no sabremos qué cantidad será- de
sustancias químicas desconocidas y no sabemos qué efectos esas
sustancias tendrán sobre otros seres vivos, sobre la naturaleza, o sobre
nosotros mismos. Hoy sabemos muy poco sobre los efectos de los cultivos
transgénicos, no sabemos qué hacen esas sustancias extrañas y menos
sabemos sobre cómo interactúa cada una de esas sustancias extrañas con
cada cultivo transgénico. Es posible que comer soya resistente al
glifosato cause un efecto muy distinto a comer maíz resistente al
glifosato, pero no lo sabemos. Y no lo sabemos porque las empresas que
producen semillas transgénicas han utilizado todo su poder y riqueza
para amenazar, amedrentar, perseguir y marginar a los científicos que se
han atrevido a investigar al respecto, incluso arruinando las carreras
de científicos respetados. Y esta represión agresiva y violenta la han
desplegado con la complicidad de los gobiernos, las universidades, los
centros de investigación, los organismos públicos y los organismos
internacionales.
Lo poco que sí sabemos acerca de los efectos de los transgénicos es
aterrador. Ver las deformaciones del maíz en zonas donde hay
contaminación transgénica asustan y hacen que duela el alma. Lo poco que
se ha logrado filtrar de los resultados de investigaciones muestra que
el consumo de transgénicos altera significativamente el desarrollo y la
reproducción. Años atrás supimos de la ocurrencia de falsos embarazos en
marranas alimentadas con transgénicos. Supimos que las bacterias de
nuestros intestinos -las que nos ayudan a digerir y a mantenernos sanos-
sufren transformaciones cuando comemos transgénicos. Pero a todo
rápidamente se le echa tierra y el objetivo es mantenernos en la
ignorancia. Es una ignorancia criminal, porque cuando descubramos cuáles
son los efectos reales de los transgénicos, también descubriremos que
absolutamente todos y toda la vida sobre el planeta nos hemos convertido
en conejillos de indias.
Un cuarto punto muy relacionado con el anterior es que todo esto de
maximizar las ganancias y lanzar al mundo sustancias desconocidas de
manera irresponsable y criminal es una estrategia que no tiene límite .
De hecho, hoy se está preparando un paso más de esta estrategia. Ese
paso es la producción mediante cultivos transgénicos de sustancias de
todo tipo: toxinas, hormonas, vacunas, solventes, plásticos, pinturas,
pegamentos, drogas, etc. En vez de producirlos en un laboratorio
mediante síntesis química, se utilizarán cultivos transgénicos que serán
altamente tóxicos. Son los llamados farmacultivos, que hoy son parte
central de las estrategias de desarrollo de las empresas que producen
transgénicos, incluidos Bayer, Monsanto y Syngenta. Los peligros de
estos cultivos son obvios, pero las empresas tienen la complicidad de
organismos como la FAO, que en la conferencia que está desarrollando en
Guadalajara los presenta como una gran “oportunidad”.
Los farmacultivos van a ser plantados especialmente en países como los
nuestros, donde los gobiernos se han convertido en grandes aliados de
las transnacionales, donde las regulaciones son pocas y donde la
diferenciación social hacen muy difícil procesos de defensa mediante
cursos legales. Seremos el espacio de contaminación que las
transnacionales necesitan para seguir llenando sus bolsillos.
Pero los farmacultivos sí son una gran oportunidad de negocios y de
marginar a campesinos y pueblos indígenas. Como serán cultivos de mucho
valor económico y altamente tóxicos, deberán mantenerse bajo estricta
vigilancia policial. Las leyes que hoy se están aprobando en distintos
países especialmente para los transgénicos permitirán que esa policía
sea privada, en manos de las empresas o de contratistas privados. Lo
previsible es que nos encontraremos con áreas donde se le permita a las
empresas instalar estos cultivos de manera exclusiva y donde
-supuestamente para proteger nuestra alimentación- se prohíba cultivar
alimentos. Las comunidades rurales de esas zonas tendrán que elegir
entre cultivar alimentos clandestinamente, convertirse en mano de obra
barata para las empresas de transgénicos o abandonar la tierra. Las
posibilidades de conflictos sociales crecientes son altas y por ende las
posibilidades de pasar del control policial al militar son también
altas. La idea de que el ejército o empresas como Blackwater se
desplieguen para cuidar zonas exclusivas para ciertos cultivos
transgénicos dejó de ser impensable o absurda. Con o sin control
militar, estas zonas causarán inevitablemente contaminación en las zonas
que las rodeen, lo que posiblemente será utilizado para expandir las
zonas con farmocultivos, y expandir así la expulsión de campesinos, la
prohibición de producir alimentos y el control por las empresas.
El quinto y último punto que quisiera presentar es que dentro de todo
este cuadro México no es un caso único. Lo que aquí sucede está
sucediendo en todo el mundo. Las diversas leyes, políticas y programas
que hoy buscan debilitar, destruir, marginar o arrinconar a comunidades
indígenas y campesinas son casi idénticas de un país a otro. Los
políticos que aprueban estas leyes o aplican estas políticas ni siquiera
se dan el trabajo de redactarlas o diseñarlas ellos mismos; en la
inmensa mayoría de los casos reciben los textos listos de las
organizaciones empresariales o de organismos como el Banco Mundial, la
FAO , la OMPI, o los equipos negociadores de los tratados de libre
comercio. Más y más estamos viendo leyes en un país que son idénticas a
las de otro país, con las mismas palabras y los mismos conceptos.
Los procesos de contaminación también tienen muchas similitudes de un
país a otro. Lo que hace distinto a México es que la contaminación no se
expandió tan fuerte y tan rápido como ha ocurrido en otros países. Y
por ello México es un caso de prueba para las empresas biotecnológicas:
si pueden contaminar México, el mensaje será que pueden contaminar
cualquier cosa. Si logran destruir un cultivo que es sagrado para tantos
pueblos, si lograr pasar por alto la resistencia que los pueblos de
México han desplegado, entonces se atreverán con cualquier otro. Por
esto decía en un principio que esta audiencia y los procesos en defensa
del maíz son importantes no sólo para México, sino para todos nuestros
países.
Si tienen éxito, una vez que ocurrida la contaminación, seguirán con
estrategias y discursos múltiples, incluso contradictorios. Dirán, por
ejemplo “¿Vieron? Se contaminó y no pasó nada”. Esto es un absurdo,
puesto que los efectos de la contaminación no necesariamente los veremos
de inmediato: podrían pasar años antes que viéramos que pasa “algo”,
pero el daño se estará produciendo desde el primer momento. Un segundo
discurso que han usado en otros lados y utilizarán es México es “tienen
razón, la contaminación puede ser gravísima y habrá que controlar
fuertemente las semillas y la producción”. Para ello se implementarán
programas como la recolección de semillas para ponerlas en bancos de
germoplasma y/o programas de uso obligado de semillas certificadas
compradas a las grandes empresas. El tercer discurso es que los
campesinos y pueblos indígenas, producto de su ignorancia, son incapaces
de seguir las normas técnicas destinadas a evitar la contaminación
transgénica. Es decir, las empresas causarán la contaminación, pero
dirán que los campesinos son incapaces de evitarla. Y en base a ello
justificarán la imposición de reglas y controles muy estrictos. Habrá
reglas y leyes que digan qué se puede cultivar, cómo se puede cultivar,
cuándo cultivar, qué semillas se prohíben y qué semillas se pueden
utilizar. Por sobre todo, habrá leyes que prohíban o restrinjan el
intercambio de semillas con el pretexto que la ignorancia de pueblos
campesinos e indígenas hará que los intercambios sólo sirvan para
expandir la contaminación.
Usarán estos discursos y muchos otros, muchas veces contradictorios
entre ellos. Pero el efecto buscado es el mismo: destruir las semillas y
los cultivos locales y las formas independientes y propias de cultivar,
para imponer sobre la producción de alimentos el control empresarial
total.
Resumiendo, los cultivos transgénicos no traen beneficio alguno, sólo
costos y destrucción que caerán sobre los hombros de campesinos e
indígenas y sobre los seres vivos en general. Las empresas buscan
imponerlos para maximizar sus ganancias y su control sobre la
alimentación, sin importarles los daños criminales que con ello
provocarán. La complicidad de muchos gobiernos, centros de investigación
y organismos internacionales es también criminal, ya que facilita y
agrava estos peligros. Por lo mismo, se hace urgente que los pueblos se
organicen para defender su alimentación y su entorno.
Presentación en la Audiencia “Los transgénicos nos roban el futuro”,
Gudalajara, 2 de marzo de 2010