Cada día de mi vida aumenta mi conciencia de quién soy y lo que soy: una creación divina creada a imagen y semejanza de Dios. Soy sustancia divina en un cuerpo humano —un alma que experimenta la vida. Cada experiencia me da la oportunidad de expandir mi conciencia espiritual y vivir más abundantemente. ¡Exploro la vida con emoción!
Vivo cada día con gozo y entusiasmo. El poder del entusiasmo divino me guía hacia mi bien. Cada día me proporciona oportunidades nuevas y ricas para amar la vida.
Como expresión de Dios, soy dirigido de manera divina. Al tener presente que soy un ser espiritual que experimenta una vida terrenal, disfruto de una existencia maravillosa.
Sirvamos al Señor con espíritu ferviente.—Romanos 12:11
Contribuyo a un mundo apacible al afirmar que las personas pueden vivir pacíficamente unas con otras, honrando y respetando sus diferencias. Mahatma Gandhi dijo: “Debes ser el cambio que deseas ver en el mundo”. Mantengo esta enseñanza en mi corazón según visualizo paz para todos.
Una visión de paz mundial guía mis pensamientos y acciones. Camino por un sendero de armonía, buscando soluciones amorosas para cualquier reto. Mis intenciones irradian hacia los demás, expandiendo las posibilidades para la paz.
La paz emana del corazón. Comienza en mí y fluye hacia mi mundo, contribuyendo a la armonía global. Me convierto en la paz que deseo ver en el mundo.
Estén siempre listos para salir a anunciar el mensaje de la paz.—Efesios 6:15
Acepto las bendiciones celestiales a mi alrededor cada día.
Puedo experimentar el cielo aquí y ahora, porque es un estado mental que está siempre disponible para mí. El cielo se expresa en mí y a mi alrededor como bendiciones divinas. Experimento el reino de Dios de muchas maneras. Veo bendiciones celestiales en la sonrisa de un ser querido y en la belleza de un atardecer. Las oigo en el rugir del océano y en la risa de un niño.
Las siento en la calidez del sol y en el abrazo de un amigo. Las saboreo en un vaso de agua refrescante y en un tomate maduro. Siento el aroma de las bendiciones celestiales en la fragancia de una flor y en el olor del pan en el horno. El cielo está aquí y ahora. Lo veo, lo oigo, lo siento, lo saboreo y siento su aroma cada día de maneras innumerables.
Mi socorro viene del Señor, creador del cielo y de la tierra.—Salmo 121:2