Cuando oro por mis seres queridos, sé que mis palabras e intenciones los bendicen. Dios los ama incondicionalmente y yo también. Afirmo que son sanos, fuertes y que están seguros ahora y siempre.
Si tengo el hábito de enfocarme en las debilidades de mis seres queridos, dejo ir esta tendencia y me enfoco en su sabiduría interna. Confío en sus poderes de guía y comprensión a medida que toman decisiones día a día. Los veo en la luz de Dios—disfrutando de su libertad.
Veo a mis seres queridos como expresiones hermosas del Cristo. Ellos son luz, amor y paz. Declaro para cada uno de ellos: Te veo saludable, feliz y próspero.
Entonces pondré mi espíritu en ustedes, y volverán a vivir. Sí, yo los haré reposar en su tierra, y así sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo cumplí.—Ezequiel 37:14
Puede que haya pensado que la vida es un proyecto o un plan. Tal vez me fijé metas, estipulé un horario y esperé resultados. Con el tiempo, aprendí que la vida es tan impredecible como el clima y que lo único seguro es el cambio.
Si reacciono con temor ante los cambios de mi vida, utilizo mis herramientas espirituales. Durante el día repito: Niego el poder del temor. Soy sabio, capaz y seguro de mí mismo. ¡Acepto el cambio! El Espíritu me guía y apoya a medida que dejo atrás personas, lugares y hábitos conocidos. Dejo ir las expectativas y entrego el resultado a Dios. El amor permanece siempre. Ante el cambio, soy la paz que Jesús compartió con tanto amor.
La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo.—Juan 14:27