Puede que me enternezca cuando un niño espontáneamente me dé un abrazo. De igual manera, puedo sentir gran gozo cuando mi mascota querida me recibe al llegar a casa o cuando un ser querido me sorprende con un regalo.
Nos reconocemos unos a otros de corazón cuando actuamos y hablamos con intenciones honestas. Al reflexionar sobre mis acciones, recuerdo evaluar mis motivos. ¿Dije o hice algo hoy simplemente porque quería hacerlo o porque sentía que debía hacerlo? ¿Provino de un lugar de bondad en mí? ¿Expreso compasión a todo el mundo todo el tiempo? Al recordar que lo que doy regresa a mí, elijo dar partiendo de un corazón puro y abierto.
Pues el propósito de este mandamiento es el amor que nace de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera.—1 Timoteo 1:5
En cualquier momento dado, millones de personas oran por paz en el mundo. Aunque pueda parecer fuera de alcance, permanezco firme en mis oraciones y mi fe en que la paz puede ser una realidad. Tengo presente que más allá de decir mi oración, debo serla. Como embajador de paz en el mundo, expreso la cualidad espiritual de la paz misma.
Llevo mi vida diaria —física, emocional y mental— infundida con la esencia de la paz. Afirmo armonía al escuchar a otros de corazón, aunque sus ideas, palabras y acciones estén en conflicto con las mías.
Afirmo paz expresando aprecio en cualquier momento y lugar. Determino ver belleza, bondad y bien por doquier. Mi vida es una oración de paz mundial.
Por lo tanto, dile que yo he establecido ya mi pacto de paz con él.—Números 25:12
Yo soy uno con el Espíritu. Yo soy una expresión auténtica de mi divinidad.
En un mundo que cambia constantemente, puede que cuestione cuál es mi propósito y papel en él. Tal vez mi personalidad, mis intereses y mis deseos cambien con el tiempo, mas mi conexión y esencia sagrada nunca cambiarán.
Jesús enseñó que yo soy auténtico, divino y bendecido porque el reino de Dios mora en mí. Puede que no siempre hable o actúe de maneras que reflejan mi ser auténtico, pero eso no disminuye su presencia en mí. Siempre puedo confiar, inequívocamente, en que mi vínculo con Dios es auténtico.
Determino expresar aún más esta verdad en mi vida —pensar, hablar y actuar de maneras que estén alineadas con mi naturaleza divina. Yo soy uno con el Espíritu. Yo soy una expresión auténtica de mi divinidad .