Seguir la guía del Espíritu requiere fe de mi parte. En momentos callados de oración y contemplación, reconozco que la esencia divina mora en mí porque soy una creación de Dios. Como tal, vivo de adentro hacia afuera; siempre acudiendo primero al Espíritu morador por dirección.
Yo soy guiado por la chispa divina del conocimiento y amor infinitos. El potencial para ser todo lo que puedo ser está siempre en mí. Creo, y llevo esa creencia al último nivel de satisfacción cuando vivo en esa fe.
El velo de mi una vez limitada conciencia se cae y ahora veo claramente a través de los ojos del Espíritu.
Sigo mi guía con fe y gratitud.
Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.—Juan 8:12
El poeta Robert Frost escribió: “El hogar es ese lugar en donde tienen que recibirte cuandoquiera que necesites ir allí”. Sólo la presencia moradora del Espíritu me ofrece tal magnitud de consuelo y seguridad.
La importancia del hogar fue demostrada a través del ministerio de Jesucristo. A los seguidores que habían sido sanados en Su presencia, a menudo se les recomendaba regresar a sus casas para que la curación pudiera también abarcar y comprender sus retos humanos.
Consciente de mi hogar espiritual, extiendo una aceptación cálida y un sentido de bienvenida a todos con los que interactúo, sin importar dónde estemos en el mundo. Aprecio las bendiciones en mi vida y las que comparto con otros. Estoy en casa dondequiera que esté.
Vete a tu casa, con tu familia, y cuéntales las grandes cosas que el Señor ha hecho contigo.—Marcos 5:19