Si estás enamorado o enamorada, tu corazón lo sabe, por eso es benévolo y confía en nuestro entorno. En este caso, en la persona destinataria de nuestro afecto y devoción. Es cierto que cuando estamos enamorados, sufrimos aquello que llamamos idas y venidas.
Excursiones que esperamos como una meta: el aceptar que la otra persona es como es pero siempre con una esperanza de cambio por su parte. Una diferencia sobre aquello que desconocíamos y descubrimos junto a él o ella. Ya puede ser algo concebido como un defecto o virtud, pero en este caso más lo primero. Cuando ocurre este sentimiento, entonces ¿qué hacemos?
“La gente olvidará lo que dijiste, lo que hiciste, pero nunca olvidará lo que les hiciste sentir.”
-Maya Angelou-
Decidimos alejarnos de su lado
En mi caso, a pesar de estar enamorada decidí infinidad de veces alejarme de su lado. Abandonar el corazón que tanto me dio y me hizo aprender. Después de llevarlo a cabo, de intentar distanciarme, me pregunté por qué terminaba volviendo a él una y otra vez. Persistiendo en la idea de intentar estar de nuevo juntos, creando una nueva esperanza.
Un nuevo aliento en el que gobernaba un mensaje claro: esta va a a ser la definitiva. De vivir el amor puro y poder volver a creer en él. Cómo una vez sentí al mirarle a los ojos y recordar nuestros cálidos abrazos.
En cada viaje hacia él o ella de nuevo, en cada acercamiento y ese nuevo camino de reencuentro entre ambos, estarás de acuerdo conmigo que se nos va una pequeña parte de nosotros, bajo el embrujo de estar enamorado o enamorada. Se alejan nuestros recuerdos, nuestros sueños, se olvidan los deseos y en nuestro pecho la luz brillante que siempre existió se apaga.
El orgullo puede apoderarse de nosotros
En ocasiones, incluso dejamos de creer en nosotros mismos y en aquellos maravillosos aprendizajes que habíamos tenido la suerte de disfrutar juntos. Entonces nos damos cuenta de que, en una de esas muchas idas y venidas, él o ella han sido secuestrados por el orgullo.
Un orgullo que nace con el propósito de defendernos de su desconfianza, de esas verdades que guardaron silencio haciendo opaca a la sinceridad. Una barrera amiga de ese orgullo que nos protege de aquellas palabras de amor que nunca existieron, de esa falta de afecto que le caracterizó y que nunca llegamos a comprender del todo.
Es cierto que en estos casos tiene mucho que ver la educación familiar que él o ella reciben. Pero, como seres humanos, cuando sentimos el amor este debería empujarnos a aprender aquello que nadie se paró a enseñarnos.
El momento de comprender
A día de hoy, después de tanto tiempo, me encantaría descubrir que es lo que le sucedió a él. En mi experiencia, mi pecho sigue apagado y sin esa luz, sin todos esos sentimientos positivos que antaño disfruté junto a él.
Pero ¿sabes qué? Dejaré de insistir porque no pretendo volver a intentarlo, convencida de que practicar el desapego es el aprendizaje que en este momento debo llevar a cabo para crecer.
Aunque es una realidad que siempre quisiese que ocurriese lo opuesto, seguramente la ruta que tenga que emprender ahora tenga que ver con dejar atrás, no pararme y solo tomar impulso para recordarle como el origen del amor por mí. No me marcho sintiéndome culpable.
Todo lo contrario. Me despido con el precioso sentimiento de haber llevado a cabo lo correcto, lo que me dictó en su momento mi corazón. Porque cada decisión que tomé fue realizada por encima del rencor y, por ello, me siento feliz, agradecida y consecuente con aquello que quiero para mí.
“Lo que alguna vez hemos disfrutado, nunca lo perdemos. Todo lo que hemos amado profundamente se convierte en parte de nosotros mismos.”
-Helen Keller-
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