Si el miedo o la preocupación infiltra mi mente, dirijo mis pensamientos hacia Dios. Al hacerlo me siento protegido y seguro, ya que recuerdo que el amor y el poder de Dios moran en mí. Al orar afirmo que la luz divina me guía todo el tiempo. Nada que enfrente en la vida es más grande que Dios.
Sé que el poder divino está disponible para mí. También sé que esa verdad aplica a mis seres queridos. Los entrego a la presencia de Dios con esta oración “Donde quiera que se encuentren, Dios está”. Mis palabras los envuelven en la presencia del amor divino que mora en ellos.
Dicho amor los mantiene seguros sin importar lo que enfrenten. Tengo plena fe que pueden superar valientemente cualquier desafío.