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Cada gesto tuyo convoca a una hazaña idílica, mas todopoderosa y tiránica gobierna la crítica, y la expresión del sentimiento pierde la sencillez. De repente soy indigno, ya no estoy a la altura... Destronado el señor de la palabra y la dulzura, me confino en la mortecina celda de mi timidez.
Cuando me inmole en un arrebato de divina lucidez, cuando caigan los oxidados barrotes de mi timidez, cuando la desesperación supere a la falta de coraje, cuando la locura brinque por encima de los miedos, con una lágrima, con algún suspiro o con un ruego te prometo por todo este amor que te lo haré saber.
(Fabián Ruiz)
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