Cuando se le pidió que nombrara el mayor mandamiento, Jesús dijo que era amar a Dios y amar al prójimo como a ti mismo. La sencillez de este principio es profunda.
Amo a Dios. Soy una parte maravillosa del misterio, el orden, la magnificencia y la danza dinámica —de crear y recrear— que Dios es. Con cada pensamiento de gratitud, mi amor por Dios se profundiza.
Amo la expresión única del Espíritu que soy, y aprecio los dones y el propósito que estoy aquí para compartir y cumplir. Amo la diversidad de mis hermanos y hermanas, cada uno único a su manera. Cada día practico la bondad y la compasión, la paciencia y el perdón. Elijo el camino del amor.
De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.—Mateo 22:40
Las palabras de un himno religioso me recuerdan que juego un papel importante para la paz mundial: “Que haya paz en la Tierra, y que comience conmigo”. Primeramente he de tratarme con amor y compasión. Al perdonarme y dejar ir la necesidad de ser perfecto, juzgo menos a los demás.
Al aceptar a los demás y a mí mismo, reconozco y aprecio nuevas perspectivas. Estimo la gran diversidad de individualidades. Aunque nos expresemos de distintas maneras —mediante nuestros puntos de vista, lo que nos gusta y lo que no nos gusta— estamos interconectados. Somos uno. Al abrir mi corazón a la aceptación y al aprecio, contribuyo a la paz mundial.
Y Dios, que es quien da constancia y consuelo, los ayude a ustedes a vivir en armonía unos con otros, conforme al ejemplo de Cristo Jesús.—Romanos 15:5