Esperar lo mejor es un buen hábito, el cual fortalezco mediante la oración y la práctica. Esperar lo mejor no significa ser ingenuo, significa creer en posibilidades ilimitadas y mantener una visión elevada al mismo tiempo que te mantienes flexible.
Dejo de preocuparme por posibles resultados indeseados. En vez de ello, estoy consciente de que Dios está presente en mi experiencia. Con cada pensamiento y palabra, reconozco la presencia y el poder activos en mí y en esta situación. Si estoy con personas que se sienten intranquilas, mantengo la calma, sonrío y comparto con ellas mis expectativas positivas. Como reza un dicho: “nuestra energía fluye hacia donde ponemos la atención”, así que centro mi atención en lo positivo y en el bien.
La prosperidad es mucho más que dinero en el banco o posesiones. La verdadera prosperidad comprende nuestras relaciones personales, salud y dones internos. La experimentamos al sentir gratitud por la abundancia del universo y estar conscientes del poder divino que infunde nuestro ser. Si definimos a la prosperidad sólo como éxito financiero, limitamos nuestro aprecio por la copiosa expresión de Dios.
La prosperidad es un estado mental. Surge de la conciencia de todo lo que somos y lo que tenemos. Al participar en el dar y recibir de todo bien, disfruto de una vida plena y próspera. Al enfocarme en el bien este se multiplica. Agradezco la verdadera prosperidad: una vida plena y significativa.
Que las montañas den prosperidad a todos y que las colinas sean fructíferas.—Salmo 72:3 (NTV)