Lo pienso.Tengo la sensación de esto.Lo siento.Los tres centros están presentes con la misma fuerza, con una intensidad que viene del mismo grado de actividad.
Lo siento como una energía que circula más libremente entre ellos y que
no es retenida más en uno que en otro. Esa energía es voluntariamente
alimentada por esas tres partes hacia una misma dirección.
Hay
una dirección común que conlleva la posibilidad de una acción consciente
en la cual el impulso viene de los tres centros al mismo tiempo. Quiero
conocer con todas las partes de mí mismo.
Para estar presente a
mí mismo, debo comprender cómo trabaja mi mente, comprender que la
función del pensamiento es situar y explicar, pero no vivir la
experiencia. Ese pensamiento está hecho de saber, de conocimientos
acumulados que se presentan bajo la forma de imágenes y asociaciones.
Captura la experiencia para hacerla entrar
en las categorías de
lo conocido. Si se callara podría ver algo nuevo. Pero en cuanto
interviene, transforma inmediatamente esa experiencia en algo antiguo,
en algo que ya fue objeto de una experiencia. La imagen despierta en mí
una reacción inmediata. Y entonces siempre se repite la misma cosa.
Nunca algo nuevo.
¿Puedo decir hoy que sé lo que yo soy? ¿Me
permite la actitud de mi mente abordar realmente esa pregunta? Es más
importante de lo que pienso. ¿Estoy convencido de mi ignorancia y de la
inutilidad de todo lo que creo saber? Incluso si lo digo, no lo siento
realmente. Me gusta mi saber. Siempre quiero aportar una respuesta o
llegar a una
conclusión. Estoy condicionado por eso. Todo lo que
conozco, lo que sé, condiciona mi mente y limita mi percepción. Todo lo
que conozco, lo que sé, es una masa de memorias, de recuerdos, que me
empuja a acumular, a repetir experiencias de la misma índole.
Necesito ver que mi mente siempre es movilizada por las exigencias del
yo ordinario, por sus asociaciones, por sus reacciones. Eso la corrompe.
Un pensamiento movilizado por las asociaciones no es libre, no está
libre en su movimiento. Los trayectos que atraviesa están llenos de
obstáculos, de barreras, bajo formas de imágenes, ideas fijas o
experiencias. Inmovilizan o cambian el curso del pensamiento,
otorgándole la impresión de una continuidad. Pero la continuidad no está
en el material que ocupa el pensamiento. Está en la energía misma.
El hecho de creer en ese material mantiene esa energia presa en el
circulo de los pensamientos. Pierde toda movilidad y agudeza. Se vuelve
cada vez más débil y el pensamiento se vuelve pequeño y obtuso.
Percibimos esto a través de las tensiones constantes de la cabeza, de la
cara y del cuello.
Mi pensamiento está sometido al yo ordinario.
Esto es lo que impide que la mente esté tranquila. Sin embargo, su
apaciguamiento no vendrá de que yo me retire de mi mente, sino de que la
comprenda. No vendrá de una lucha contra ese hecho. Ella no me llevará a
la liberación. Sólo viéndolo me puedo liberar de ese condicionamiento.
No es ignorándolo o negándolo que alcanzaré a liberarme. Sólo crearé un
nuevo condicionamiento. Asimismo, necesito ver que la mente es el
centro de mi yo ordinario, del ego. Ese yo busca la seguridad. Tiene
miedo y se identifica para encontrar esa seguridad; es una batalla
perpetua. Toda mi conciencia habitual consiste en juzgar, condenar,
aceptar
o rechazar. Eso no es realmente la conciencia. En ese
estado, sin la tranquilidad de la mente, nada real me podrá ser
revelado.Todo en el universo evoluciona o involuciona en un incesante
movimiento de energía. Según Gurdjieff las leyes que subyacen a este
proceso universal de trasformación eran conocidas por la ciencia
antigua, que asignaba al hombre su lugar apropiado en el orden cósmico.
En nuestra vida nunca llegamos a realizar lo que verdaderamente tenemos
la intención de hacer Todos nuestros movimientos y nuestras acciones
están sujetos a la Ley de Siete. Comienzan en una dirección, pero no
pueden pasar el intervalo en la octava. Vamos hasta la nota «mi» y
regresamos al «do». Para ir más lejos hace falta una fuerza adicional
desde
dentro y desde fuera. Actualmente, es la cabeza, el
pensamiento, el que está tocado por el trabajo. Al cuerpo y al
sentimiento le es indiferente y no reconocen ninguna exigencia mientras
estén contentos. Viven en el momento mismo y su memoria es corta. Y sin
embargo, el deseo de ser, de trabajar, debe venir del sentimiento; y el
poder de hacer, la «capacidad del cuerpo. Cada una de estas partes
separadas tiene una atención diferente, cuya fuerza y duración dependen
del material que hayan recibido.
La parte que ha recibido más
material tiene mayor atención. Creemos que podemos trabajar sin
intensidad, pero esto no traerá cambio alguno. Hace falta aumentar la
intensidad de las vibraciones de los centros inferiores para tener un
contacto con los centros superiores.
Los centros, que vibran con
una velocidad diferente, deben alcanzar la misma velocidad. Se debe
proceder, como en una octava, por niveles; aprender a sentir la
distancia entre las energías y que ellas sólo pueden aproximarse a
través de una intensificación. Lo que es necesario, tanto en nosotros
como a nuestro alrededor, es la creación de una
energia más
activa que resista a las influencias de su entorno y que pueda encontrar
un lugar estable entre dos corrientes de diferente nivel.
Hasta
sin un esfuerzo consciente, el cuerpo produce una energía, una materia,
muy fina, el resultado final de la transformación del alimento que
Gurdjieff llamaba «si 12». Ésta es la materia a partir de la cual
trabaja el sexo y es ella la que, en la unión de las materias masculina y
femenina, puede desarrollarse independientemente como un nuevo
organismo.
Pero puede también formar parte de una nueva octava
dentro del cuerpo. Cuando todas sus células están penetradas de esa
materia, produce una cristalización, la formación de un segundo cuerpo.
La vía del hombre ladino —el camino acelerado de eso que Gurdjieff
llamaba «haida yoga»— incluye el empleo de la energia «si 12» con el fin
de producir
el contacto entre los diferentes centros y la
edificación de los cuerpos superiores. Gurdjieff nunca habló de manera
explícita sobre este delicado trabajo, no dio ninguna indicación, pero
hay una clave a ser encontrada. Por ejemplo, esa fricción en nosotros,
ese conflicto que se requiere para producir la sustancia necesaria para
nuestro «Yo», es idéntica a lo que
sucede exteriormente entre la
fuerza masculina y la fuerza femenina en acción. El poder de «si 12» es
evidente en la experiencia de la unión sexual, que para la mayor parte
de las personas es la única experiencia que permite la apertura a un
estado de unidad sin esfuerzo consciente.
El ritmo de todas las
funciones está sometido a esa experiencia y hay un instante de felicidad
cuando uno experimenta la ausencia del yo. Sin embargo, con demasiada
frecuencia buscamos el olvido de sí en esa pasión intensa, una
identificación en la cual podemos perdemos por completo.
Pero
inmediatamente después, el «yo» reclama sus derechos y regresamos al
círculo estrecho de nuestros pensamientos y emociones ordinarios. Sin
una comprensión de las fuerzas en juego, la experiencia no sirve a
ningún propósito en la búsqueda de la conciencia.
JEANNE DE SALZMANN