UN SEGUNDO
Tengo las manos frías. He salido a la calle, he resuelto el asunto banal correspondiente y he regresado a casa para ocupar de nuevo mi sitio en esta mesa. He descubierto entonces la frialdad de mis manos, signo que me perturba acaso sin justificación, porque es muy poca cosa tener las manos frías.
Este frío noviembre está en mis manos, nada más. Soy yo: veo el jarrón ingenuamente griego y la tarde de siempre rodeándome.
Pero en mí es muy raro tener las manos frías.
En un fugaz segundo, mi pensamiento ha visto la niebla tan probable, la hoja gris escrita donde el nombre que tengo estaría tachado con la tinta de escarcha del final.
Antonio Cabrera
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