Hijo de un río y una flor (Cefiso y Liríope), Narciso se transforma en un niño adolescente extremadamente bello.
Narciso, es hermoso como una flor silvestre, de esas que nacen junto a las fuentes. Y es precisamente allí, en una de esas fuentes de agua cristalina dónde Narciso encuentra su destino y se desata el mito.
El niño descubre un día su reflejo, ve la más hermosa criatura que jamás ha visto y atraído por la imagen de esa belleza comienza a amar algo que es una esperanza sin cuerpo.
Narciso piensa que es cuerpo lo que, en realidad es agua, nada más que una sombra reflejada, pura transparencia. Queda atrapado por estas imágenes esquivas, y se enamora desde el primer momento, desde la primera mirada, porque al tiempo que mira es, igualmente, mirado, al tiempo que busca es buscado. Entonces juega, coquetea con su reflejo.
Ensimismado, oye que lo llaman, unas voces a su espalda, pero, no puede contestar, está atrapado.
Solo existen, Narciso y su reflejo. Pero, cómo alcanzar un reflejo, una ilusión.
Narciso, lucha por unirse a su reflejo y por alejarse de él y cae.
Cae en un torbellino de pasiones. Cumple su destino, y el de sus padres. Cae al agua y se transforma.
Ya no será Narciso, o tal vez lo será para siempre.
A partir de ahora será esa flor azafranada de la orilla de las fuentes que rodea el centro con blancas hojas, etérea como el agua, bello como una flor.
Versión: Mirta Rodríguez
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