Deja que la luna vista tu piel
con suave túnica de plata fría,
que mis dedos acaricien tu cuerpo
como si fueran llamas de alegría
y que el nácar marino de tus labios
prenda en mi alma volcanes de lascivia.
Deja que el viento peine las espigas
de tu fértil corazón, que la risa
de las rosas se adueñe de tus venas
y siembre el polen de la poesía
en el dulce jardín de tus latidos
donde florezca tierna la utopía.
Deja que el aire emborrache tu sangre
y destile el delicado licor
de tu esencia más pura, limpia y humana,
que el dardo inesquivable del amor
acierte al dispararse en la diana
y borre de tus ojos el dolor.
Pero no dejes que el río te arrastre
en su aluvión de sombras y vacíos
hacia mundos salobres y desiertos,
hacia huecas latitudes sin destino
donde la noche vierte su condena
y empieza el arenal de los abismos.
Del libro "Camino de la Luz"
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