El Gitano” se luce en un inevitable encuentro final 08/01/2010
Se murió Sandro. El Gitano se fue. La Parca, mujer acaparadora, se lo llevó.
Qué falta de consideración, señora Muerte… ¿Cómo se atreve? Déjeme adivinar…
Yo sé a dónde se lo llevó. En este preciso instante, usted descorcha una botella de champagne,
del más caro ¿Me equivoco? Pues no, la huesuda se pone sus mejores ropas —
probablemente un vestido negro, larguísimo y escotado—,
baja las luces de un salón con reminiscencias Art Decó y se sienta a esperar en un mullido sillón rojo.
Y aparece “Sandro de América”, ya maduro, con la inconfundible bata roja satén, una rosa
(“Rosa, Rosa, la maravillosa”) en el ojal, esa mirada de “Lute” embravecido,
para dribrarlo a puertita gayola, esos “labios de rubí, de rojo carmesí”
y ese porte de macho latino (el que se besa el puño cerrado, tipo vendetta, cuanto canta
“Más nunca tendrás quien te quiera, lo juro por ésta, —chuick en el puño— como lo hice yo”).
Y Sandro casi no canta, más bien susurra. Si Joaquín Sabina dice que a Joan Manuel Serrat
“le tiembla el corazón en la garganta”, al Gitano le susurran las entrañas cuando canta.
La voz le sale tenebrosa, entre brasas (“Tu aliento, fatal fuego lento”)
y sabe mejor que nadie cómo seduce cuando se pone a monologar en el medio de una canción.
La mira, sí a usted Calaca, la mira. Se hace la recia y trata de focalizar
en la copa de champagne, pero claro, no puede. Y Sandro de América deja salir de las entrañas
“Por ese palpitar que tiene tu mirar, yo puedo presentir que tú debes sufrir igual que sufro yo,
por esta situación que nubla la razón…”.
Pobre Muerte, tan fuerte que se la ve, pero le cuesta mantener la compostura.
Se sienta derechita en el sillón color pasión pero el cuerpo huesudo se le escurre
cuando el Gitano dispara, con los movimientos sensuales que lo caracterizan:
“Tu peligrosa insolencia me estremece, tu picardía me hace sonreír, la candidez
de tu mirada me enloquece, dime pequeña ¿Qué más puedo pedir?”.
Y Sandro se le acerca.
La Muerte ya suda grueso. Irreverente, él le suelta al oído
“La noche se perdió en tu pelo, la luna se aferró a tu piel, el mar se sintió celoso
y quiso en tus ojos estar él también”.
Y pasó lo que tenía que pasar. Él habló.
“Dale, no te hagas rogar, si vos sos una de mis 'nenas'.
Desde que canto me seguís. Más de una vez te vi en las plateas tirando tus bombachas
(pantys) con todas las otras. No te hagas la tímida y canta conmigo…”.
La tomó entre sus brazos y juntos susurraron:
“Arráncame la vida de un tirón/ Que el corazón ya te lo he dado/ Exhibe mi cariño ante la gente/
Pero no me quites/ La alegría de tenerte”...
Lo demás lo dejo al libre albedrío de cada uno. Porque se murió Roberto Sánchez “Sandro” y estoy triste.
Se fue un grande de la canción popular, un tipo que incursionó en el rock, en el bolero, en el cine
y que aunque el corazón no le servía más, lo tenía más grande que una casa.
Pero bueno, tampoco es cuestión de recordarlo entre lágrimas. Bien lo decía él:
“No quiero que me lloren cuando me vaya a la eternidad, quiero que me recuerden como a la misma felicidad”.
AUTORA CECY GARCIA
Merida Mex
|