Amar, es ser leal, probo y concienzudo, con el fin de no hacer a los demás aquellos que no deseamos se hiciera con nosotros mismos. El amor es un sentimiento superior en el que se funden y se armonizan todas las cualidades del corazón; es la coronación de las virtudes humanas, de la dulzura, de la caridad, de la bondad; es el nacimiento en el alma de una fuerza que nos impulsa, por encima de la materia, hacia las virtudes divinas; nos une a todos los seres y despierta en nosotros felicidades intimas que llegan mucho más lejos que todas las voluptuosidades terrenas. Amar es sentirse vivir en todos y por todos; es consagrarse hasta el sacrificio, hasta la muerte, a una causa a un ser. El amor es la celestial atracción de las almas y de los mundos, la potencia divina que une los universos, los gobierna y los fecunda. ¡El amor es la mirada de Dios! El amor profundo como el mar e infinito como el cielo, envuelve a todos los seres. Dios es su Centro. Como el Sol se eleva indiferentemente sobre todas las cosas y da calor a la Naturaleza entera, el amor divino vivifica a todas las almas; sus rayos penetran a través de las tinieblas de nuestro egoísmo e ilumina con resplandores y temblores el fondo de todo corazón humano. Todos los seres han sido hechos para amar. El amor a de sustentarnos en nuestras dudas, consolarnos en nuestros dolores, reanimarnos en los desfallecimientos; para así pedir a nuestro Padre que nos ayude a conquistar un porvenir mejor. El amor es un tesoro que, cuanto más se divide, más se multiplica y se enriquece a medida que se reparte. Cuanto más se esparce, más se agiganta. Se fija con más poder, cuanto más se irradia. Nunca perece, porque no se entibia ni se debilita, dado que su fuerza reside en el acto mismo de darse, de tornarse vida. El amor es el oxigeno para el alma, sin el cual esta se extenúa y pierde el sentido de vivir. Es invencible porque triunfa sobre todas las vicisitudes y celadas.

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