Estaba en una cama de hospital, llorando desesperada,
pues por enésima ocasión había sido internada
debido a una herida de una postcirugía
que no quería cerrar.
Una y mil veces me preguntaba:
¿Porqué?
Al mismo tiempo que me quejaba por todo;
del cubículo de enseguida se asomó un señor, timídamente preguntó:
¿Se le ofrece algo?
¿Puedo ayudarla? ¿Qué la pasa?
Sollozante le empecé a contar, según yo,
mi desgracia.
Me escuho pacientemente y luego dijo:
-No se desespere ya verá que con cuidados
y mucha paciencia se curará-
Entonces por cortesía, le pregunté:
¿A quién tiene aquí?
El respondió, triste:
- A mi gordita querida, mi esposa-
-¿Porqué?- volví a insistir.
Al borde del llanto contestó:
Pues de repente enfermó, empezó como una simple gripe, se quejó de un dolor
del brazo y pensamos que era a consecuencia
de la misma enfermedad, pero de pronto perdió
el conocimiento y no reaccionó, la llevamos al hospital y nos dijo el médico que era un derrame. Debido a sus estado se movilizaron rápido,
la trasladaron a otro hospital de alta especialidad,
despues de un ir y venir infrectuosos, d
e miles de estudios, nos diagnosticaron
que no era derrame cerebral sino una bacteria
que se había alojado en su cerebro,
causándole daños irreversibles.
Suspira y prosigue:
¿ya la vio?
Respondí:
El hombre corre la cortina y pude observar
a su esposa en la cama continúa.
Era una mujer madura de unos 45 años,
pero completamente inmóvil, con la mirada perdida,
tratando de guiarla hacia donde percibía los sonidos,
sin poder hablar ni emitir sonido alguno;
su cuerpo llagado por estar por estar postrada
en cama ya durante seis meses,
con sondas para alimentarse.
Me impacto demasiado, al ver el dolor y desesperación
de sus hijos y esposo al querer con caricias
y mimos despertarla de ese letargo tan dramático.
Ella, sin poder moverse, ni hablar; pero se que estaba
conciente, que sentía y escuchaba:
pues al ver, al escuchar a su familia, caudales
de lágrimas bañaban su enjuto rostro.
Cuando las enfermeras tenían que canalizarla
de nuevo, debido a que sus venas estaban atrofriadas, emitía gruñidos de dolor,
pues estaba muy lastimada.
Al entrar los médicos se inquietaba,
se desesperaba, como tratando
de comunicar algo.
No pude más y lloré, lloré muchísimo,
pero ahora no eran de desesperación,
eran de coraje hacia mi, por falta de carácter.
Empecé a reclamarme a mi misma:
¡Que tonta soy!
¡Llorando por simplezas!
Cuando aún:
¡Puedo moverme!
¡Hablar con los míos!
¡Abrazar a mis nietos!
¡Besar a mis hijos, a mi esposo!
¡Ver a mi madre!
¡Que injusta soy, contigo Padre Santo!
¡DIOS MIO! PERDONA MI FALTA DE FE,
DE PACIENCIA!
NO PUDISTE SER MAS EXPLICITO CON TU MENSAJE,
AL VER ESA ESTAMPA TAN CRUEL, ESA FAMILIA TAN UNIDA, TAN FUERTE, LLENA DE FE Y ESPERANZA.
Recordé lo que muchas veces nos decimos,
cuando vivimos momentos que creemos difíciles;
"Nos ahogamos en un vaso de agua"
Lo que también una vez leí en una reflexión:
"Que solo basta voltear al lado nuestro, para percibir,
que sufre más el que está junto a nosotros. Que lo que nos toca padecer a nosotros, son simples BESOS DE DIOS.
Señor, después de este mensaje tan claro, solo me resta decir:
¡Perdona Dios mio, mi falta de FE Y FORTALEZA!
Y...
¡GRACIAS, SEÑOR POR TUS BESOS!
¡POR ESTAR JUNTO A MI,
CUANDO MAS TE NECESITO!
Aracely Casas
junio 18, 2010