Todos necesitamos una transformación en nuestro modo de comportarnos. Necesitamos cambiar de duros y groseros en amables; de fríos e indiferentes en creyentes y fervorosos; de apocados y pesimistas en alegres y optimistas; de angustiados y temerosos en gentes que confían en Dios y no se afanan inutilmente por el futuro.
Y estos cambios los obra de manera impresionante el Espíritu Santo. El trae paz, alegría, optimismo, fervor, amabilidad y bondad. El obra en las personas unos cambios espirituales que no es capaz de apreciar sino quien los logra experimentar. Y son admirables e imposibles de medir y de contar a los demás.
Ore insistentemente al Espíritu Santo. Llámelo en su ayuda. Llene su día de pequeñas oraciones. Verá que sí se cumple lo que anunció por el profeta: "Me llamarán y les responderé. Pedirán mi ayuda y la recibirán. No habrán terminado su oración y ya estarán recibiendo mi respuesta. Aprovechen para llamar a Dios, ahora que está tan cercano" (Is. 55, 6).
Invocar mucho al Espíritu Santo es convertir la propia vida en un continuo Pentecostés. La presencia activa del Espíritu Santo es la base de nuestra esperanza y la fuerza que nos lleva a permanecer fieles a nuestra santa religión. (P.R.G.H.).
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