Hagamos la fiesta de Navidad en Nochebuena. Estoy segura de que a los niños les encantará». Yoko Takahashi hizo esta proposición a su marido una mañana de diciembre muy temprano. Su esposo Koichi no respondió. Se limitó a decir que llegaría tarde a casa, y partió hacia el trabajo. Por lo general, diciembre era el mes más ajetreado en su empresa, y más aún ese año, con la inactividad económica y la situación cada vez más difícil. Se preguntaba si algún día lo despedirían, como habían hecho con tantos otros empleados. Dos días antes, había asistido a la fiesta de despedida de uno de sus colegas. Las calles comerciales de Tokio estaban bellamente engalanadas con luces coloridas y árboles de Navidad, pero el cansancio se reflejaba en el rostro de los pasajeros que viajaban amontonados en el tren en aquellas primeras horas de la mañana, aunque la jornada apenas comenzaba. Koichi no lograba deshacerse de la ansiedad. ¿Qué pasaría si me despidieran ahora? No podríamos pagar la hipoteca de la casa. Los chicos todavía son muy pequeños. Cuando llegó a la oficina, encendió su computadora antes de quitarse la chaqueta. Sus preocupaciones quedaron olvidadas mientras revisaba el correo electrónico y se encargaba del trabajo que tenía para el día. Poco antes de las tres de la tarde, sonó el teléfono de su escritorio. Era la policía. «Hace unos minutos, su esposa sufrió un accidente de automóvil. La ingresaron en el Hospital Municipal. Está inconsciente y en estado crítico. Koichi saltó de la silla. Gritó: «¡No lo puedo creer! ¡Debe de haber un error!» No dejaba de repetírselo camino del hospital. ¡Estaré soñando! Esta mañana estaba perfectamente; ¡estaba bien! Al llegar encontró a Yoko envuelta en vendas y conectada a máquinas. Estaba en coma. Le explicaron que un camión que se saltó la luz roja chocó contra su vehículo. A consecuencia de ello, fue arrojada afuera del automóvil, y se golpeó la cabeza contra el asfalto. Aparte de eso se había fracturado un brazo. Un médico le dijo a Koichi: «Estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance por su esposa. Pero no sabemos si saldrá adelante. Aunque recobre el conocimiento le quedarán graves secuelas.» Koichi llamó a su madre para pedirle que recogiera a sus hijos a la salida del colegio y se los llevara a su casa. Luego de contemplar durante largo rato a su esposa en estado comatoso, anduvo vagando fuera del hospital. Los transeúntes lo miraban preguntándose qué le pasaría, pero él ni se daba por enterado. Sin darse cuenta, hablaba en voz alta a su esposa: «¡No nos dejes! ¡Los niños te necesitan! Cuando te recuperes, haremos todo lo que queríamos hacer juntos.» Entonces recordó que hacía poco que Yoko se había convertido al cristianismo. Él había hojeado la Biblia de ella, pero aunque reconoció que tenía algunas cosas positivas, pensaba que la religión era para quienes disponían de mucho tiempo libre o eran débiles de carácter. Llegó a la conclusión de que si alguien tenía tiempo para dedicarse a la religión debía trabajar más arduamente y contribuir más en su empresa o a la sociedad. Pero ahora pensaba en Dios: Me pregunto si existirá, si me escuchará siquiera. Aunque la verdad es que es mucho pedir. No tendría ningún sentido rezar cuando ni sé si Dios existe. Aun así, no podía deshacerse de la urgencia por hacerlo. Visualizaba a Yoko profundamente dormida. Me pregunto si querrá que ore. Por fin, Koichi rogó sinceramente y con toda el alma: «Dios, si de verdad existes, no permitas que se muera Yoko». En ese momento, sin saber de dónde venía, una mariposa pasó revoloteando por delante de Koichi. Tenía las alas de color morado intenso con unos diseños de blanco y azul claro. Aunque de niño Koichi había cazado muchas veces mariposas y otros insectos, jamás había visto una tan bella, ¡y menos en diciembre! Con todo, lo que más le sorprendió fue que entendió que aquella mariposa había sido enviada como una señal. En su mente había un mensaje claro: ¡Dios ha escuchado tu oración! ¡Tu esposa se recuperará! Sorprendido, sintió un calor y una paz que le inundaban el corazón. A pesar de lo crítico de la situación, percibía que Alguien los amaba profundamente a él y a su esposa. Cinco días después, tan pronto como Koichi entró al hospital para hacer su visita diaria, el médico se le acercó y le dijo: «Su esposa ha recobrado el conocimiento. ¡Es inexplicable! No soy creyente, pero debo reconocer que ha ocurrido un milagro. El cerebro no sufrió daños.» Koichi acudió rápidamente al cuarto de Yoko, llamándola por su nombre. Ella le sonrió, y con voz débil lo saludó: —¡Hola! —¡No hables mucho! —le aconsejó Koichi. —Este... Estuve en un hermoso campo lleno de flores y una linda mariposa volaba a mi alrededor... —empezó a contarle Yoko—. Me sentía muy feliz. Luego vi a Jesús. Brillaba intensamente. Me dijo que todavía no me había llegado la hora de morir y tenía que volver para atender a mi familia. Koichi sintió un nudo en la garganta. —Necesitas descansar —le dijo. Y luego dijo en voz baja—: Dios, ¡gracias! A Yoko la dieron de alta pocos días antes de Navidad. En Nochebuena, Koichi volvió apresuradamente a casa al salir del trabajo, cargado de regalos para su familia. Yoko, con un brazo todavía enyesado, estaba con sus hijos en la sala. Cuando Koichi la vio con su alegre sonrisa, se le llenó el corazón de alegría. Ese año el árbol de Navidad estaba espléndidamente adornado por sus niños. Incluso había adornos nuevos: ángeles vestidos de blanco, esferas doradas, y muchos más. —¡Cantemos Noche de paz! —propuso Yoko— En Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, el Hijo único de Dios. Entonces Koichi observó un nuevo adorno cerca de la punta del abeto. Era exactamente como la mariposa que había visto estando en el hospital. Pensó: ¿Por qué estará ahí? Las mariposas no tienen nada que ver con la Navidad. ¿O sí? Pero no pensó mucho rato en ello, porque lo embargaba la dicha y la gratitud de estar todavía con su familia. —En efecto, Dios existe. Un Dios con un corazón muy grande y afectuoso ha contestado mi súplica.
Desconozco autor
En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por nuestros pecados. Amados, ya que Dios nos amó así, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Y tenemos este mandamiento de parte de él: El que ama a Dios ame también a su hermano. 1 Juan 4 : 9-10-11-21
Les deseo una semana bellisimaaaa plena de alegria, paz y AMOR