Palacio de Bellas Artes
Al comenzar el siglo XX, el gobierno de Porfirio Díaz autorizó la construcción de un gran teatro que sustituyera al recién demolido Teatro Nacional (1901). La tarea fue encomendada al arquitecto Adamo Boari y debía ser una de las grandes obras públicas que mostraran el esplendor del régimen al aproximarse el primer centenario de la independencia de México.
En 1904 comenzaron los trabajos de cimentación en el predio que se localizaba junto al extremo oriente de la Alameda central donde anteriormente se encontraba el convento de Santa Isabel. En 1907, las obras fueron interrumpidas debido a que la construcción comenzó a hundirse. En los años siguientes el suelo fue inyectado con cemento y cal líquida y luego reforzado con arena, cal y arcilla. A pesar de los problemas técnicos, los trabajos de edificación nunca fueron interrumpidos, pero no fue posible concluirlo para 1910.
A pesar de la Revolución mexicana, Boari continuó con el proyecto hasta 1916, año en que la terrible situación financiera que asolaba las finanzas públicas del país lo impidió. En la década de los veintes, el proyecto original fue cancelado y se hicieron las modificaciones convenientes para concluirlo como un modesto teatro. Sin embargo, los vaivenes de la política impidieron terminarlo siquiera como un foro de menor envergadura.
Al comenzar la década de 1930, la obra inconclusa ya era parte del paisaje urbano de la Ciudad de México. El 5 de febrero, Pascual Ortiz Rubio tomó posesión de la presidencia de la república y designó al arquitecto Federico Mariscal como responsable de la obra. A partir de 1932, Mariscal aprovechó cada espacio terminado pero le imprimió su propio estilo para las partes aún inconclusas, los acabados y la decoración interior.
El Art Noveau de Boari –visible aún en algunas partes del exterior– fue complementado por el Art Déco, que representaba la vanguardia del momento, pero Mariscal recuperó los elementos prehispánicos utilizados por Boari, como mascarones de caballeros tigre y águila, así como serpientes y otros ornamentos en las esculturas y remates.
La renuncia de Ortiz Rubio a la presidencia (1932) volvió a crear un ambiente de incertidumbre para el futuro del Palacio, pero el nuevo presidente, Abelardo L. Rodríguez, apoyó la culminación del proyecto. En un informe titulado Apuntes para el proyecto de terminación, Alberto J. Pani y Federico Mariscal informaron al ingeniero Marte R. Gómez, Secretario de Hacienda y Crédito Público, que el 10 de mayo de ese mismo año habían concluido la construcción del recinto y agregaban: “El régimen revolucionario, llegado a su plenitud, en vez de concluir el Teatro Nacional, ha construido en realidad un edificio nuevo que ya no abrigará las veladas de una aristocracia imposible, sino el concierto, la conferencia, la exposición y el espectáculo que señalen todos los días la ascensión de un arte como el nuestro, cuyo valor sólo cede en magnitud a la indiferencia de que ha sido objeto”.
El 29 de septiembre de 1934, el presidente Abelardo L. Rodríguez inauguró la magna obra. Habían transcurrido casi más de 30 años desde la colocación de la primera piedra. El Nuevo Teatro Nacional, conocido desde entonces como Palacio de Bellas Artes, terminaba la historia de su construcción. La idea original del porfiriato, edificar un teatro para regocijo de la alta sociedad de entonces había sido rebasada. El nuevo palacio debía impulsar la construcción de algo más sólido: una institución cultural.