DESAYUNO EN LA PLAYA......
Jesús resucitado sorprendió varias veces a sus Apóstoles y discípulos apareciéndoseles en las maneras más inesperadas. Una de estas apariciones, la tercera, fue en la playa del Lago de Tiberíades. Estaban cinco de ellos en una barca, regresando de una noche de pesca infructuosa y, al amanecer, “alguien” les dijo desde la orilla: “Muchachos, ¿han pescado algo ...? Echen las redes a la derecha de la barca y encontrarán peces” (Jn. 21, 1-19).
Sorprende la docilidad de los Apóstoles quienes, sin la menor observación, obedecieron en el acto. Y sorprende, porque todavía no se habían dado cuenta que era “el Señor”. Puede haber sido que en su interior recordaran la otra pesca milagrosa en el mismo Lago de Genesaret o Tiberíades, cuando Jesús aún no había muerto y resucitado (Lc. 5, 4-11). Y por eso obedecen a este “desconocido” que les dice que hay pesca justo al lado de ellos.
¿Se habrán recordado los cinco Apóstoles que en el momento que Jesús les pidió que lo siguieran, les había prometido hacerlos “pescadores de hombres”? ¿Se habrá recordado San Pedro que enseguida de la otra pesca milagrosa Jesús le ratificó lo mismo a él personalmente: “serás pescador de hombres”? ¿Habrán intuido los Apóstoles la relación entre esta pesca de peces y la pesca de hombres que tendrían que comenzar ahora?
El hecho es que Juan, el más joven, el discípulo amado, se da cuenta de quién es el hombre en la playa: “¡Es el Señor!”. Y San Pedro, el impetuoso, le pareció que para ver de nuevo a Jesús Resucitado era demasiado largo el tiempo que tomaba llevar la barca a la orilla ... y saltó al agua.
¡Qué delicadeza la del Señor! Los invita a desayunar. En la Ultima Cena les sirvió lavándoles los pies. Aquí, el Resucitado, les tiene preparadas las brasas para cocinar lo que habían pescado y pan para acompañar el pescado. El Señor sabe que tiene que fortalecer la fe en su Resurrección a sus “pescadores de hombres” y no sólo les cocina, sino que come con ellos para que se den cuenta que no es un espíritu, sino que es El mismo vuelto a la vida, pero no a la misma vida que tenía antes, sino a una vida gloriosa (Lc. 24, 39). ¡Es Cristo Resucitado, anuncio de nuestra futura resurrección!
Y no sólo comparte con ellos este desayuno playero a orillas del lago, sino que aprovecha esta aparición suya, para dejarles instrucciones muy importantes.
A San Pedro le pregunta: “¿Me amas más que éstos?”. Y no se lo pregunta una sola vez, sino tres. Triple requerimiento de amor que se contrapone a la triple negación que Pedro le hizo durante la Pasión. Y Pedro, nos dice el Evangelio, se entristeció. ¿Por qué el dolor de Pedro? Debe haber recordado, por supuesto, cuando le dijo a Jesús que estaba dispuesto a morir por El, cuando le aseguró que nunca lo negaría. Y debe haber recordado que no cumplió. Y ¿por qué no pudo cumplirle? Porque se confió en sus propias fuerzas y tuvo miedo a correr la misma suerte que Jesús. Debe haberse dado cuenta de la seguridad que ahora el Señor le requería, cuando lo estaba dejando encargado del rebaño: “Apacienta mis corderos ... Pastorea mis ovejas ... Apacienta mis ovejas”.
Cristo requiere el amor de parte de todos sus seguidores, pero más aún de los que van a ser sus pastores, y más aún todavía de quien dejaba como Pastor Supremo, como el primer Papa de su Iglesia. ¿Y qué amor requiere Cristo de nosotros y de sus pastores? Amor es entrega, entrega absoluta a sus designios y a su Voluntad, y entrega total hasta desgastarnos -si fuera necesario- en el servicio a El y a los demás, en la pesca de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, difundiendo “la Buena Nueva a toda la creación” (Mc. 16, 15).
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DE LA RED.
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