Ante el silencio casi “sepulcral” sobre el final de la vida de María, no faltaron libros apócrifos que intentaron suplir el silencio de las fuentes canónicas. Uno de los principales es el
TRATADO DE SAN JUAN EL TEÓLOGO SOBRE LA DORMICIÓN DE LA SANTA MADRE DE DIOS
(Juan el Teólogo es el Evangelista. El texto está muy extractado)
Solía la Madre de Dios y siempre Virgen María ir al sepulcro de Jesús y pedirle que viniera hacia sí.
Ciento día –viernes- la visitó el arcángel Gabriel y le dijo: “Dios te salve, madre de Cristo; pronto partirás hacia el cielo, al lado de tu hijo, para vivir la vida auténtica y perenne”.
María volvió a Belén y se puso en oración, pidiendo a Jesús que le trajera a su lado al apóstol Juan, que estaba en Éfeso, y a los demás apóstoles. Llega Juan y, poco después, por inspiración del Espíritu Santo, van llegando a Belén todos los demás apóstoles. Cada uno narra cómo ha sido informado por el Espíritu Santo e impulsado a hacer el viaje.
Puestos en oración, aparece un “nutrido ejército” de ángeles, potestades, serafines y el Hijo del Hombre.
Toda Belén se entera de cuanto sucede. Tienen lugar muchos milagros: ciegos, sordos, cojos, leprosos, posesos, recobran todos la salud.
También se enteran en Jerusalén. Los sacerdotes judíos y pueblo, primero se admiran, luego quieren actuar contra la santa madre de Dios y los apóstoles; pero, a una milla de la llegada a Belén, una visión terrible los deja petrificados. Insisten ellos y logran la actuación del gobernador para que los detenga; pero el Espíritu Santo envuelve en una nube a María y a los apóstoles, y los traslada a Jerusalén a la “casa de la Señora” donde “cantan himnos durante cinco días ininterrumpidos”.
Una aparición del Espíritu Santo les dice: “Ya sabéis que en domingo tuvo lugar la anunciación del arcángel Gabriel, y que en domingo nació el Salvador en Belén, y que en domingo salieron los hijos de Jerusalén con palmas a su encuentro, y que en domingo resucitó de entre los muertos, y que en domingo ha de bajar de los cielos para honrar y glorificar la partida de la santa y gloriosa virgen que le dio a luz”.
Ese mismo día, domingo, estando todos en oración, se presenta Jesús lleno de majestad sobre un trono de querubines y dice a su madre: “Desde este momento tu cuerpo va a ser trasladado al paraíso, mientras que tu santa alma va a estar en los cielos”.
María pide a su hijo la bendición; y pide asimismo, una y otra vez, ayuda para cuantos se acojan a su protección. Jesús se lo concede: “Alégrese tu corazón, pues te ha sido dada toda clase de gracias y de dones. Toda alma que invoque tu nombre… encontrará misericordia, consuelo, ayuda y sostén en este siglo y en el futuro ante mi Padre Celestial”.
Por indicación de Jesús, Pedro entona el Aleluya, que corean todas las potencias celestiales, mientras el Señor extiende sus puras manos y recibe el alma santa e inmaculada de María. Un perfume y luz inefables inundan la estancia, mientras se oye una voz del cielo que dice: “Dichosa tu entre las mujeres”.
Los apóstoles se abrazan a los pies de María, recogen su cadáver y lo llevan a Getsemaní, donde lo colocan en un sepulcro sin estrenar, del que se desprendía un exquisito perfume. Voces de ángeles invisibles se oyeron durante tres días consecutivos. Luego cesaron las voces, “por lo que todos cayeron en la cuenta de que su venerable e inmaculado cuerpo había sido trasladado al paraíso”.
Verificado el traslado de éste, “se nos presentó un lugar radiante de luz, con cuyo resplandor no hay nada comparable… y se dejó oír la melodía de los que cantaban a su Hijo, y era tan dulce cual solamente les es dado escuchar a las vírgenes; y era tal que nunca llegaba a producir hartura.
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