Fariseos o publicanos.
Si vivimos nuestra fe como un simple código
de normas… somos fariseos.
Si nos sentimos sostenidos por la mano de
Dios… somos publicanos.
Si sacamos las medallas al mérito…
somos fariseos.
Si buscamos en el trasfondo de todo lo que
hemos realizado a Dios….somos publicanos.
Si nos sentimos los mejores y los
auténticos… somos fariseos.
Si intentamos vivir y pensar en Dios sin
comparaciones… somos publicanos.
Soy fariseo cuando me considero
el mejor vecino o el inigualable amigo.
Soy fariseo cuando pienso que nadie
desarrolla el trabajo como yo.
Soy fariseo cuando descalifico a los demás,
creyéndome el poseedor de toda verdad.
Soy fariseo cuando voy perdonando la vida
a los que no caminan al mismo ritmo que yo
o la suerte no les ha sonreído como a mí.
Soy fariseo cuando me considero más
formado en las letras, en la ciencia
o en la fe y sin derecho a réplica.
Dios, en cambio, saborea y disfruta
con la naturalidad y espontaneidad de sus hijos.
Sabe, mucho antes de que nos instalemos
en su presencia, con qué disfraces venimos
y con qué traje deseamos salir de nuevo a la vida.
Dios, que tiene de ingenio todo, va al fondo
del corazón, y en el corazón es donde Él
disfruta y goza con nosotros.
En el corazón del creyente no existen
las cuentas pendientes ni los reproches.
En el corazón humilde es donde hemos
de aprender a buscar y guardar la voz
de un Dios que valora y potencia la humildad
como una gran autopista para ir
más deprisa a su encuentro.
Pidamos a Dios que ese “yo” que se siente seguro
de sí mismo, que se cree mejor que todo el mundo,
más perfecto en todo, más rico, más inteligente,
más experto en la vida, sea disuelto por la inquietud
de ser auténticos seguidores de Cristo.
P. Javier Leoz
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