EL QUE HA DE VENIR
DOMINGO III DE ADVIENTO
Mateo 11, 2-11
En la vertiente oriental del Mar Muerto, y a unos 1100 m sobre el nivel de éste, estaba situada la fortaleza de Maqueronte. Allí había construido el rey Herodes, para sede real, un gran palacio, heredado luego por Herodes Antipas.
Finales del año 28 o comienzos del 29 d. C. En la mazmorra de ese palacio yace encarcelado Juan el Bautista, el profeta brusco, curtido por el viento áspero del desierto y educado probablemente en la austeridad de la comunidad esenia.
Juan, “la voz que clama en el desierto”, clamó también contra el incesto de Herodes Antipas con su cuñada Herodías. Herodes, como represalia, lo encarcela y pronto someterá su cabeza a los caprichos de su amante.
Jesús, entretanto, temiendo tal vez las iras de Herodes, se ha refugiado en la fértil y pacífica Galilea, situando su centro de actividades en Cafarnaúm. Es el segundo año de su predicación. El reino de los cielos germina y crece; y el número de sus discípulos aumenta, pero lentamente, como el grano de mostaza o la levadura.
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Esta lentitud intranquiliza y hasta infunde dudas al fogoso Juan. Cierto día que Jesús predicaba, seguramente en alguno de los pueblos de la llanura de Esdrelón, llegan algunos discípulos de Juan con una embajada decisiva:
¿Eres tú el que de venir o tenemos que esperar a otro?
[La pregunta era clara para todos. Moisés había prometido a su pueblo: “El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta de los tuyos, como yo” (Deut. 18,15].
El profeta Isaías daba carácter a ese profeta prometido: “Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda”. “Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite y la venganza” (Is 40,10;35,4).
El mismo Juan, la voz del desierto, reforzaba la idea de un Mesías poderoso y liberador: “… detrás de mí viene uno con más autoridad que yo… Él os bautizará con Espíritu y fuego”. (Mat.3,11)
Sin embargo Juan sigue encerrado en oscuro calabozo, y Herodes continúa oprimiendo al pueblo. Juan, atormentado por la duda sobre Jesús, manda a preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”]
Juan pregunta con cita bíblica, y Jesús contesta de la misma manera:
Jesús les respondió:”Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
Los ciegos ven,
los cojos andan;
los leprosos quedan limpios,
los sordos oyen;
los muertos resucitan,
y a los pobres se les anuncia el Evangelio”. (Is. 35,5-6)
Todo esto estaba anunciado en el A. T. para los días del Mesías; y todo esto se está realizando en Jesús. Luego, en Jesús se cumplen los días mesiánicos: Jesús es “el que ha de venir”, el Mesías. La conclusión es perfectamente lógica.
¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Jesús conocía bien a Juan y su mesianismo triunfalista. Èl, en cambio, se presenta como Mesías manso y humilde, paciente hasta la cruz. Y esta idea podía suscitar escándalo en mentes ajenas a la verdadera realidad del reino, como Juan o el mismo Pedro (Mc.8,31ss.).
Terminada la respuesta a los discípulos de Juan, Jesús hace la presentación del Bautista.
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
¿Qué salisteis a contemplar en el desierto,
una caña sacudida por el viento?
Las mismas preguntas, retóricas, contienen la respuesta. Juan no es una caña que se doblega con el viento de amenazas, influencias o promesas. Su personalidad e integridad moral no ceden ni ante el mismo Herodes, aunque lo condenen a la mazmorra de Maqueronte.
¿0 qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo?
Los que visten con lujo habitan en los palacios.
La ironía salta a la vista. Es evidente que Juan, el hombre del desierto, vestido con piel de camello y alimentado de saltamontes, no era un hombre muelle, apoltronado o palaciego, que intenta vivir cómoda y lujosamente: aspiración que tantos esperaban de la era mesiánica (o de las otras).
Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta;
él es de quien está escrito:
"Yo envío mi mensajero delante de ti,
para que prepare el camino ante ti.
Juan era un profeta singular: el último y principal de los profetas, el heraldo que anuncia la presencia del Mesías y prepara su llegada.
Os aseguro que no ha nacido de mujer
uno más grande que Juan, el Bautista;
aunque el más pequeño en el reino de los cielos
es más grande que él.
La conclusión de Jesús marca la línea divisoria entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Juan, como precursor del Mesías, culmina las esperanzas del A. T.: ahí radica su grandeza. Pero ese es también el signo de su pequeñez.
Porque al cruzar la frontera entre los dos Testamentos, se entra en una nueva dimensión, la dimensión de los hijos de Dios, “nacidos del agua y del Espíritu” (Juan 1,12;3,6). Por eso el más pequeño en el reino mesiánico es mayor que cualquiera de los profetas, incluido Juan”.
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