VÍCTIMAS DEL MISTERIO
Un primer acercamiento, aunque sea superficial, al evangelio de este domingo (4º de adviento), sugiere un título por lo menos poco tranquilizador. Se aborda hoy el hecho capital de la historia del hombre: la encarnación o inserción del propio hijo de Dios en esta historia.
Y podría pensarse que la presencia e intervención de Dios en hecho tan singular tendría que facilitar las cosas, puesto que para Dios nada hay imposible. Parece, sin embargo, que los problemas se acentúan.
Por de pronto hay una dificultad radical, impensable casi para el hombre: ¿cómo injertar lo divino en lo humano, o viceversa? Dios y el hombre son realidades esencialmente distintas. Que el hombre sea Dios, es de todo punto imposible (sólo la gracia nos hace hijos adoptivos de Dios). Dios, en cambio, ha podido hacerse hombre en la persona del Verbo, tomando una naturaleza humana en el seno de María.
Y aquí es donde surgen las dificultades, al chocar los proyectos humanos con los divinos:
María decide permanecer virgen, pero Dios la designa para Madre de Jesús: ¿virgen y madre?¿cómo puede ser eso? También lo pensaba María el día de la Anunciación, y lo preguntó. El ángel de Dios le aclaró el misterio, y María, llena de Dios y de silencio, cree que no es ella la que deba revelar el secreto entre ella y el Espíritu Santo.
José pretende casarse, como cualquier otro mortal judío, y se desposa con María; pero el Señor se interpone en sus proyectos, y María queda encinta antes de que José la lleve a su casa, formalizando así el matrimonio: ¿cómo podía esperar José que de su esposa pudiera nacer el Mesías?
Para colmo entra por medio la Ley, que complica aún más la situación: Por una parte la ley establece que la mujer adúltera sea lapidada hasta que muera. Por otra, permite que el casado repudie a su esposa, si descubre en ella algo vergonzoso (Dt. 22,20 y 24,1).
Pero a José no le convence ninguna de estas soluciones. José es un hombre “justo”, e. d. un hombre bueno de verdad, ante Dios y ante los demás hombres (y sobre todo ante María, claro está; por eso lo había elegido como esposo). María, por su parte, no podía ser mejor para José.
Y sin embargo… No habían convivido y María estaba encinta, no se podía negar la evidencia. Y María no le había dicho nada. Sin duda allí había algo misterioso. La cabeza del pobre José da vueltas y vueltas sin sacar nada en limpio. ¿Qué hacer en jun caso así?
El Protoevangelio de Santiago (apócrifo) describe así su estado de ánimo: “Se decía a sí mismo: si oculto su falta, contravengo la ley del Señor; si la denuncio al pueblo de Israel, temo que lo que ha ocurrido con ella sea debido a una intervención angélica y venga yo a entregar a la muerte sangre inocente. ¿Cómo procederé, pues? La despediré ocultamente. Y en esto le sorprendió la noche”.
Y se fue a dormir (seguramente no dormiría mucho). Y, en el sueño, de nuevo el ángel del Señor viene en su ayuda y resuelve el misterio, repitiéndole a José las palabras de la Anunciación: “lo que María lleva en su seno es obra del Espíritu Santo, María dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
Se acabaron, ¡por ahora!, las preocupaciones. La conclusión de Mateo parece reflejar la alegría de José –y por supuesto la de María–:
Cuando José se despertó,
hizo lo que le había mandado el ángel del Señor
y se llevó a casa a su mujer.
*Fondo por Vainica*
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