Col. 3,12-21
En la segunda lectura de este día San Pablo aconseja:
"Mujeres, estad sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto le gusta al Señor.
Cuando se hace esta lectura en público, por ejemplo en la misa, el auditorio adopta una actitud atenta, expectante, casi anhelante.
Aquí queda retratada la familia, y de cuerpo entero. Padres frente a hijos, marido frente a esposa, y el correspondiente viceversa.
Se esté totalmente de acuerdo, o no, lo cierto es que no se queda indiferente. El tema es suficientemente vital y siempre actual para suscitar la atención, y hasta para preocupar.
Algo en que solemos coincidir es que San Pablo habla muy bien cuando se refiere “al otro”. (A veces, cuando marido y mujer asisten juntos a la misa, hasta se miran y se sonríen, como diciendo ‘aplícate el cuento’). La esposa, por ejemplo, puede pensar: Qué bien está eso; que los maridos amen de verdad a su mujer, sólo a su mujer, y que no sean ásperos con ella. El marido, en cambio: Si la mujer se sometiera al marido, ¡qué bien andarían las cosas!; y además San Pablo añade “como conviene en el Señor”.
Los que no creo que estén muy de acuerdo son los feminist@s (perdónese el signo @, que tanto usan los informáticos, y que las academias de la lengua española rechazan afortunadamente como signo fonético, porque no lo es). ¡Eso de que la mujer viva sometida al marido! ‘¡Eso era antes!’.
Por de pronto hay que perdonarle a San Pablo que fuera ‘hijo de su tiempo’. Y todos sabemos que en su tiempo la significación jurídica de la mujer estaba muy mermada (aunque grandes emperadores romanos fueron juguete del capricho o crueldad de sus esposas; y Herodes Antipas, por complacer a su amante y cuñada Herodías, decapitó al Bautista).
Por otra parte, Pablo había sido fariseo de vocación, y por tanto adicto a la Biblia. Y aquello de que la mujer salió de una costilla de Adán no siempre se interpretó en sentido afectivo como “hueso de mis huesos”, sino como algo propio, una propiedad del varón.
Con perspectiva actual, en que se busca la igualdad de sexos hasta en el lenguaje (como si el lenguaje tuviera culpa de algo), San Pablo estaría algo desfasado. ¿Por qué no buscar la reciprocidad? El texto se duplicaría (como se hace con los géneros gramaticales) así:
«Mujeres, estad sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor; y los maridos sumisos a vuestras mujeres, como también conviene en el Señor.
Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas; y las mujeres amad a vuestros maridos y tampoco seáis ásperas con ellos.
Creo que con este último consejo, recíproco, bastaría. Aquello de ‘ama y haz lo que quieras’ vale también aquí. La mutua sumisión por amor se convierte en acuerdo, el “tú” y el “yo” pasan a ser nosotros, el hombre y la mujer son “cónyuges” (que viven bajo el mismo yugo), y el matrimonio se convierte en comunión de vida en todo.
Y si esto se verifica “en la prosperidad y en la adversidad”, cobrará sentido entre marido y mujer, a pesar de la diversidad de sexo, aquello de “una sola carne, un solo corazón, una sola alma”, etc.
Y si a todo esto se le añade el sentido religioso --“como conviene en el Señor”-- se habrá llegado a la meta de una familia ideal.