LAS PISCINAS DE LOURDES
En una de las apariciones (25 de febrero de 1858), la Virgen dijo a Bernardette: "Vete a beber y a lavarte en la fuente".
Del agua de esta fuente, que mana en la Gruta, se abastecen las piscinas, unas bañeras situadas en el recinto del Santuario (yendo desde las Basílicas, poco después de pasar la gruta). En ellas se sumergen las personas que quieren responder a la llamada de la Virgen.
El actual edificio de las piscinas data de 1955. Cuenta con 17 bañeras de mármol: 11 para mujeres y 6 para hombres (ellas, como siempre, el doble de limpias o/y de piadosas); y cada sector cuenta con una bañera, más pequeña, para niños (y niñas, como habrá que decir ahora por imperativo político y anti-lingüístico).
Yo había estado en Lourdes en alguna otra ocasión, de paso, pero sin pensar en las piscinas. Esta vez, sin embargo, he pasado en Lourdes casi tres días, aprovechando la peregrinación del Apostolado Mundial de Fátima (que suele viajar cada año a Fátima y a Lourdes entre otros lugares marianos, con el fin de “cargar pilas” espiritualmente.
En esta ocasión, dos amplios autocares, unos 120 peregrinos).
Tampoco esta vez pensaba yo en piscinas. Hasta me sorprendió que la noche anterior, D. Jesús, el director de la Peregrinación, anunciara: ‘Mañana hay que madrugar; a las 7:30 tenemos el Viacrucis y a continuación, “tiempo libre para las piscinas”, los que quieran ir; yo pienso bañarme, y lo haré siempre que venga a Lourdes: lo he prometido por una gracia especial que me ha hecho la Virgen’.
“¿Qué es eso de las piscinas?”, pregunté a D. Ubaldo y a D. Luis, dos sacerdotes piadosos (‘sacerdote’ y ‘piadoso’ debería ser una redundancia, aunque no siempre lo sea) que aprovechan para peregrinar siempre que pueden a los santuarios de la Virgen.
Luis dijo: “Nunca me he bañado, pero mañana voy a hacerlo. ¡Veo a D. Jesús tan decidido!”.
Ubaldo añadió a su vez: “Yo tampoco me he bañado, pero voy a ir por ver lo que es”.
Y yo decidí en ese instante: “Yo os acompaño, pero ‘de ese agua yo no beberé’, hasta me entra frío de pensarlo”.
A la mañana siguiente, y después del Viacrucis, los tres nos dirigimos hacia las piscinas: tres personas, y tres actitudes: (Luis fervoroso; Ubaldo curioso, y yo reacio).
Pero el hombre propone y alguien más dispone. Los tres llevábamos al cuello, para reconocernos entre el grupo, el pañuelo del Apostolado Mundial de Fátima. Al llegar a las filas de espera para el baño (solos, sin compañía de mujeres), uno de los encargados del orden nos pregunta: ¿Son ustedes sacerdotes? (Por deferencia permiten a los sacerdotes pasar sin esperar en la fila general). Contesté: --Estos dos sí, yo no.
--Entonces ustedes dos (les dice a ellos) pasen por aquí. Y abrió una verja de acceso para los sacerdotes. De pronto se vuelve y me dice: “¡Bueno!, Pase usted también, espero que la Virgen no se enfade” (Este ordenanza –amigo Luis Mario-- era “gallego” de La Coruña, de los que soportan con estoicismo los chistes ‘ingenuos’ de los mejicanos, y hasta los ríen; y además pertenecía también al Apostolado Mundial de Fátima).
Ante una oferta tan amable, que además ponía por medio la anuencia de Ella, me pareció casi indecoroso decir que yo no quería bañarme. Y así, sin pensarlo, me vi guardando turno para el baño en las piscinas de la Virgen de Lourdes.
Cada piscina consta de dos estancias o habitaciones, comunicadas entre sí por una entrada, que en vez de puerta (por lo menos la que yo vi), tiene una gruesa cortina.
La primera estancia sirve de vestíbulo y vestuario. A izquierda y derecha hay asientos donde el peregrino puede descansar durante la espera, y dejar su ropa al pasar al baño. En ella el peregrino (hablo siempre del hombre) se desviste quedando en calzoncillos (o traje de baño, si alguno fuere prevenido). Llegado su turno pasa a la habitación-piscina.