AVES Y LIRIOS
DOMINGO VIII
El título parece sugerir algo bucólico. La realidad no siempre es lo que parece. (Jesús dijo: Aprended de mí que soy manso y humilde. Pero añadió: El que no tome la cruz y me siga no puede ser mi discípulo).
El nombre de cristiano es sin duda un título glorioso. Pero llevar este título con orgullo y dignidad, ser auténtico cristiano adquiere connotaciones heroicas.
El pasado domingo se nos proponía como meta y distintivo del cristiano la perfección del Padre Celestial. Hoy la predicación de Jesús se centra en el camino hacia esa meta, en esta ladera ‘del valle de la muerte’. Y en este trayecto, aunque se hable de aves y lirios, se nos pide algo nada fácil: pisar la tierra sin mancharse en ella, vivir de los bienes de este mundo sin pegarse a ellos:
Nadie puede estar al servicio de dos amos.
Porque despreciará a uno y querrá al otro;
o, al contrario, se dedicará al primero
y no hará caso del segundo.
No podéis servir a Dios y al dinero.
Este comienzo del evangelio, expuesto en forma negativa (“Nadie”) no puede ser más tajante y definitivo.
El señorío teórico de Dios se acepta sin dificultad, sobre todo cuando, por nuestra despreocupación, no interfiere en nuestras vidas. Pero en la práctica, nos ocupa y preocupa más “el pan de cada día”: comida, vestido, comodidades, bienestar y seguridad. Y ante la búsqueda y provisión de tales bienes materiales, fácilmente nos olvidamos de los bienes del “Reino”. (Ya Esaú vendió sus derechos de primogénito por un plato de lentejas). Por eso Jesús nos advierte:
Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida,
pensando qué vais a comer o beber,
ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir.
¿No vale más la vida que el alimento,
y el cuerpo que el vestido?
Jesús nos invita a mirar hacia lo alto, donde vuelan los pájaros, y sobre todo hacia el cielo, donde está el Padre de todos que de todos se cuida:
Mirad a los pájaros:
ni siembran,
ni siegan,
ni almacenan
y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta.
¿No valéis vosotros más que ellos?
El ejemplo, además de hermoso, es inapelable. Por si queda alguna duda, Jesús arguye con la inutilidad de esta preocupación de los bienes materiales para la vida:
¿Quién de vosotros,
a fuerza de agobiarse,
podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
La prueba, como se ve, es contundente. E igual de bello y probatorio es el razonamiento sobre el vestido:
¿Por qué os agobiáis por el vestido?
Fijaos cómo crecen los lirios del campo:
ni trabajan ni hilan.
Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto,
estaba vestido como uno de ellos.
Pues, si a la hierba,
que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno,
Dios la viste así,
¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?
No andéis agobiados, pensando qué vais a comer,
o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir.
Los gentiles se afanan por esas cosas.
Por supuesto que Jesús no nos invita a la ociosidad o la despreocupación, al “dolce far niente” (dulce no hacer nada); sólo intenta prevenirnos contra el agobio excesivo por buscar las cosas materiales, repetido cinco veces como un estribillo ("no estéis agobiados por la vida...; ¿quién de vosotros, a fuerza de agobiarse...?; ¿por qué os agobiáis...?; no andéis agobiados pensando...; no os agobiéis por el mañana"). Esta advertencia de Jesús implica, además, la confianza plena en el Padre:
Ya sabe vuestro Padre del cielo
que tenéis necesidad de todo eso.
{El profeta Isaías, en la primera lectura de este domingo, refuerza la idea de esta confianza filial de hijos de Dios, en el Padre Providente:
¿Es que puede una madre olvidarse, de su criatura,
no conmoverse por el hijo de sus entrafias? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.]
Conclusión: En la balanza de la vida, propuesta por Jesús, tenemos los dos platillos: en uno está Dios; en el otro el dinero. ¿Cuál de ellos debe pesar más? La solución la ofrece el mismo Jesús:
Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia;
lo demás se os dará por añadidura.
Por tanto, no os agobiéis por el mañana,
porque el mañana traerá su propio agobio.
A cada día le bastan sus disgustos.
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