¿PERO EXISTE EL DIABLO?
“Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”. (Mt. 4,1-11)
Decía Baudelaire que “la mayor astucia del demonio es hacer creer que no existe”. El tema no deja de ser de actualidad. Diversas manifestaciones de satanismo, desde simples “graffitti” o inscripciones hasta programas televisivos con apariencias de verosimilitud, suscitan el interés y hasta inquietan a una sociedad tecnificada, pero con frecuencia desnortada, sin rumbo ultra terreno.
Para muchos, intelectuales sobre todo, Satanás es solamente el símbolo del mal en el mundo. Brujos, magos, nigromantes, sectas satánicas se mueven en un mundo claro-oscuro de espiritismo presuntamente dominado por el demonio. Expulsado por los exorcistas de la fe entra en la sociedad por la superstición.
Pero el diablo ¿es solo un símbolo, una idea, o es una realidad personal, dotada de inteligencia y voluntad, capaz de actuar e influir entre los hombres?
En la historia de la salvación, la existencia del diablo se acepta como un hecho real. Así aparece en la predicación de Jesús y de los apóstoles; y así lo ha creído siempre la doctrina de la iglesia: el estado de pecado del hombre no se entiende solo como responsabilidad de la libertad humana, sino como inducción también del “maligno”.
Éste se presenta en la Biblia como un ser personal y perverso, que “convive” con el hombre y trata de obstaculizar su entrada y progreso en el reino de la salvación. Ésta, fruto de la gracia divina, no solo es liberación del pecado, sino también liberación del poder del demonio.
Así lo atestigua el Catecismo de la Iglesia: “Los demonios intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios, pero Dios afirma en Cristo su segura victoria sobre el Maligno” (Resumen. Nº 74). Y el Vaticano II entiende la Pascua de Cristo como la destrucción del poder de Satanás sobre el hombre (GS 2; etc.).
El evangelio de este domingo no solo presupone al diablo como ser personal y maligno, sino que lo presenta tentando al mismo Jesús en el desierto.
No es que el diablo tenga poder alguno sobre Cristo. Mateo está haciendo la presentación de Jesús como Mesías. Hasta podemos sentir la impresión de que, frente al “bueno” de la narración, Mateo acrecienta el interés del protagonista oponiéndolo al “malo”:
Jesús acaba de ser bautizado en el Jordán (en las inmediaciones de Betavara al norte del Mar Muerto); la voz del Padre lo presenta como “Mi hijo muy amado en el que me complazco”.
Siguiendo la misma línea de presentación mesiánica, el Espíritu lleva a Jesús al desierto, para ser tentado por el demonio. Toda la escena se desarrolla sin testigos humanos, en un plano de seresw superiores: de ángeles buenos para servir a Jesús, y del ángel malo para tentarlo.
Se establece una pugna dialéctica entre especialistas en Sagrada Escritura, Jesús y el demonio. Los dos insisten en que “está escrito”. Naturalmente vence el mejor: Jesús.
Y es que a Mateo, catequista de comunidades cristianas, no le interesa mostrar si el diablo existe o si tiene poder sobre la humanidad. Sólo pretende probar que Cristo, el Mesías, ha vencido al diablo, y, como Mesías, tiene poder sobre toda criatura.
Cristo y el diablo no son, pues, dos púgiles luchando de igual a igual en el desierto; ni dos principios iguales y contrarios. Jesús es el único Señor enviado por Dios para instaurar el Reino de los cielos; y aunque Satanás, como espíritu del mal, pretenda poner asechanzas, nada podrá ante el poder de Dios. Las tres tentaciones concluyen presentando—en citas del Antiguo Testamento—a Jesús como Dios:
-Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios."
-También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."
-Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."
Sale victorioso Jesús, como Mesías, el Enviado de Dios, y Dios mismo. Por eso "entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían".