El mito cuenta que los antiguos romanos esculpieron en
mármol la célebre máscara de la “Boca de la verdad”
(La bocca della verittá) porque aquel que mentía y era obligado
a meter la mano en ella la perdía. La boca se la comía.
De existir ese sistema hoy sería un milagro para cualquiera
continuar en posesión de las dos manos.
En aquella película de los años cincuenta “Vacaciones en Roma”
se recrea la leyenda de la boca traga manos. En una de las
secuencias Gregory Peck le hace una broma a su enamorada
Audrey Hepburn. La broma entonces resultaba graciosa.
El actor mete la mano en esa boca milenaria y ante el
susto de ella saca el brazo aparentemente mutilado en su extremo.
Es que burlonamente él había encogido y escondido
la mano en la manga del saco. Pícaro.
Pero últimamente están los asesores de imagen que
urden picardías más elaboradas para que el mentiroso simule
sinceridad o al menos logre mezclar en un batido la verdad y
la mentira y ya no se sepa donde está cada una.
La maldición contemporánea reside en que hoy se han
sofisticado ardides y artilugios y se puede mentir y
esconder la mano a la vista de todos.
Pero aquella “Boca de la verdad” en la Antigua Roma se
especializaba en descubrir a los mentirosos. Entonces esos
truhanes y bribones -generalmente los sometidos- de quienes
se sospechaba que mentían su inocencia, eran llevados
a la fuerza ante ella para ver si decían o no la verdad. Pero
ya ante la boca abierta los sospechados se detenían aterrados
con las manos atrás y confesaban que habían mentido
para no pasar por el experimento. Así creían que se salvaban
de quedarse sin mano. La leyenda hoy forma parte del
itinerario turístico. No hace falta decir que lo de la
“Boca de la verdad” era mentira. Pero qué infalible
sería así la Justicia.
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(Texto de la red)