EL TESORO ESCONDIDO
Jim Hawkings es el protagonista de la “La isla del tesoro”, la conocida novela del escocés Robert Louis Stevenson. Un día en la posada de su padre se hospeda Billy Bones, un marinero pirata, cuya única posesión es un viejo cofre, en el que guarda un mapa de la isla del tesoro. Muere el padre de Jim y muere también el marinero. Jim y sus futuros compañeros de tripulación arriesgan toda su fortuna, fletan un navío (“La Española”), y se embarcan en una arriesgada aventura: la búsqueda del tesoro…
He recordado el argumento de esta novela juvenil al leer el evangelio de este domingo: coinciden ambos en la búsqueda de un tesoro y en el desprendimiento de todo lo demás para conseguirlo:
-«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. (Mateo 13, 44-52)
En tres domingos consecutivos y en tres parábolas distintas el reino de los cielos se tipifica como un campo de sembradura:
—parábola del sembrador (hace quince días): la semilla cae sobre caminos, pedregales, zarzales o tierra buena: el fruto por supuesto varía según el campo que recibe la semilla.
—parábola del trigo y la cizaña (domingo pasado): trigo y cizaña, bien y mal, coexisten hasta el día final de la siega en el campo del reino de Dios.
—parábola del tesoro escondido (hoy): un hombre halla en el campo un tesoro escondido, invierte cuanto tiene en la compra del campo, seguro de que el tesoro vale más que todo lo demás.
Podíamos titular la parábola de hoy ‘el evangelio de la radicalidad’. Jesús exige, en su mensaje, una decisión radical que comporta venderlo todo, desentenderse de todo, para lograr el tesoro del reino. Aunque en el fondo, más que dejar, se trata de encontrar; encontrar un tesoro, algo mucho mejor que todo lo que tenemos.
Jesús se muestra, sin duda,“radical”: exige al que encuentra el tesoro “vender todo lo que tiene” para conseguirlo.
Admito que hoy no está bien visto ser radical, sobre todo en política. En tiempos llamados ‘civilizados’ (se dice) hay que ser flexibles, dúctiles, condescendientes, hasta acomodaticios... Al hombre radical hasta se le insulta con aumentativos o calificativos despectivos que lo sitúan fuera de la normalidad: la extrema derecha, la derechona… Para un político “hoy políticamente correcto” no existe la palabra ‘siempre’ o ‘nunca’, nada es definitivo, porque tal vez mañana, si las conveniencias lo piden, tenga que afirmar exactamente lo contrario. En la época del plástico, conviene hacerse de plastilina, para adaptarse a todas las formas (políticas). Hasta el punto de que el pueblo hablante, sabio y expresivo, define lo político, entre otras acepciones, como sinónimo de chaquetero.
Jesús, en cambio, era “radical”, hasta en lo político: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22,21).
Pero era radical sobre todo en su predicación del reino de los cielos. No sólo lo muestra en la parábola del tesoro escondido. Lo repite en otra parábola gemela, la perla preciosa, de idéntico significado que la anterior:
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra (Mt.13,44)
Y lo que hoy se nos narra en parábolas se reproduce en otras muchas ocasiones en el Evangelio. Las frases de Jesús no dejan lugar a duda, exigen actitudes radicales. He aquí algunos ejemplos:
—el que no está conmigo está contra mí. (Mt. 12,30)
—Quien se empeñe en salvar su vida, la perderá; quien la pierda por mí y por el evangelio, la salvará (Mc. 8,35).
—Quien ame a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; quien ame a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí (Mt. 10,37).
--- Anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme. (Mt. 10, 21)
Conviene recordar también la vocación de los primeros discípulos: Pedro y Andrés (“De inmediato dejando las redes le siguieron”, Mt. 4,20), o Santiago y Juan (“ellos inmediatamente, dejando la barca y a su padre, le siguieron” (Mt. 4,22).
No caben, pues, medianías. La indecisión, el cálculo, el titubeo, retardan, cuando no impiden, la plenitud de la vida del reino. Una fe condicionada, una entrega a Dios con cláusulas, que permitan el retroceso en cualquier momento, es lo más contrario a lo que pide Jesús.
Pero lo que Cristo nos pide de modo tan incondicional no es un salto en el vacío. La fe nos garantiza que tenemos, como fundamento sólido, su Palabra. Y a cambio de una renuncia terrena, Él nos ofrece, en el reino, el verdadero tesoro escondido o la piedra preciosa: una especie de seguro de vida eterna.
De ello habla san Pablo (2ª lectura) al recordar el itinerario de la elección divina que culmina en la glorificación: “A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom. 8,30).