LA CANANEA: UNIVERSALISMO MESIÁNICO
En la historia de la salvación, no hay exclusivismos étnicos; no salva la pertenencia a uno u otro pueblo: Solo salva la fe. Y el texto evangélico de hoy nos presenta a una extranjera que obtiene el favor de Jesús por su fe.
El pasaje de la mujer cananea es una lección plástica, escenificada, del universalismo mesiánico.
La escena, preparada cuidadosamente, está llena de sorpresas.
Por de pronto no se sitúa en Israel sino en el extranjero; para un judío, en territorio pagano.
Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea… se puso a gritarle
Seguramente no es casual que los paganos estén aquí representados por una mujer cananea, término que para un judío evoca históricamente la conquista política y belicosa de Canaán, y la pugna religiosa por mantener el monoteísmo de Yahvé.
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La actitud de Jesús con la mujer cananea tiene, en apariencia al menos, un tono áspero, extrañamente duro. No es fácil encontrar en los evangelios la imagen de un Jesús tan “judío” como la que nos presenta aquí Mateo. Parece reflejar la actitud habitual del judío tradicional, hostil a cuantos no practican su religión.
La cananea en cambio, una extranjera, una ‘pagana’, encarna el ideal de lo que debe ser un miembro del Pueblo de Dios. Y aunque pagana, reconoce a Jesús como Mesías, dándole el título típicamente judío de ‘hijo de David’:
Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David.
Mi hija tiene un demonio muy malo
En un primer momento Jesús parece no querer saber nada, ni oír siquiera la fervorosa súplica de la mujer. Ante la demanda de los discípulos, alega que su misión de Enviado atañe sólo al pueblo de Israel:
Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: -«Atiéndela, que viene detrás gritando.» Él les contestó: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”
Toda la aspereza de Jesús (el manso y humilde de corazón) contrasta con la humildad de la mujer que se postra ante él en un gesto de adoración, reconociéndolo como Dios. Con este intercambio de actitudes entre Jesús y la cananea ‘pagana’, Mateo imprime a la escena una gran fuerza narrativa y emotiva:
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: -«Señor, socórreme.»
Pero Mateo tensa la situación, subrayando aún más la aspereza de Jesús y la súplica confiada de la mujer: Jesús le recuerda el apelativo despectivo de ‘perros’, que los judíos aplicaban a los paganos:
“No está bien echar a los perros el pan de los hijo”
Frente a la atención que merecen los hijos, el desprecio de los perros: ¿cabe mayor humillación? Pero tampoco cabe respuesta más admirable que la de esta mujer de fe:
“Tienes razón, Señor;
pero también los perros se comen las migajas
que caen de la mesa de los amos”.
Ante semejante respuesta, Jesús no puede ya resistirse, la fe confiada y humilde de la mujer se clava en su corazón, predispuesto a ceder; y oímos, por fin, de labios de Jesús, la frase del milagro, que presentíamos y esperábamos:
“Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”, En aquel momento quedó curada su hija.
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"¡Qué grande es tu fe!" Ésta es la palabra del milagro, la que derriba el muro de separación entre judíos y gentiles. Cristo supera el mundo religioso cerrado en sí mismo del Antiguo Testamento; con Él surge otro mundo nuevo, de todos y para todos. Ya no hay ‘hijos’ y ‘perros’ en la casa del Señor; todos, judíos o extranjeros, son igualmente hijos de Dios.
San Pablo lo confirma reiteradamente:
"Toda diferencia entre judío y no judío ha quedado superada,
pues uno mismo es el Señor de todos,
y su generosidad se desborda con todos los que le invocan" (Rom. 10,12).
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"Todos vosotros, los que creéis en Cristo Jesús,
sois hijos de Dios...
Ya no hay distinción entre judío y no judío,
ni entre esclavo y libre,
ni entre varón y mujer.
En Cristo Jesús, todos sois uno" (Gál. 26, 28).
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Y la razón la expresa el mismo Pablo en la segunda lectura de hoy: a todos nos igualan el pecado y el perdón de Dios:
“A vosotros, gentiles, os digo: …Dios nos encerró a todos en la desobediencia
para tener misericordia de todos” (Rom. 11,32).
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N.B. Contexto bíblico aclaratorio
Abrahán, Isaac y Jacob: son los hitos primeros de la historia de Israel, ‘el pueblo elegido’. Yahvé es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Yahvé será el Dios de Israel, e Israel será su pueblo… La reiteración constante de esta idea a través del Antiguo Testamento crea la mentalidad de que Israel, solo Israel, es el pueblo elegido de Yahvé, con exclusión de todos los demás pueblos. La idea se convierte en ley en el Deuteronomio (23,4ss), excluyendo a los extranjeros de pertenecer al pueblo de Dios. Jesús, por tanto, judío de nacimiento, era según esta mentalidad el Mesías del pueblo elegido:”Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”, dirá él.
El destierro (587-538 a.C.) modifica en parte esta mentalidad exclusivista frente a los extranjeros. Si el pueblo judío había sido ‘extranjero’ en el exilio, también los pueblos extranjeros podrían pertenecer al pueblo de Dios. Así lo declara el libro de Isaías en la primera lectura de este domingo:
A los extranjeros que se han dado al Señor…
los traeré a mi monte santo,
los alegraré en mi casa de oración,
aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios;
porque mi casa es casa de oración,
y así la llamarán todos los pueblos. (Is.56,1.6-7)
No obstante, la autocomplacencia de ser el (único) pueblo ‘elegido’ subsistía en tiempos de Jesús (actitud que se refleja, tal vez irónicamente, en sus mismas palabras), y subsiste aún hoy en algún grupo ultraortodoxo de Israel.
*Fondo por Vainica*
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