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LA VIÑA DEL SEÑOR
Is. 5,1-7. Mt. 21,33-43
Estamos en tiempo de vendimia. El profeta Isaías y el evangelista Mateo presentan, este domingo, una de las grandes imágenes de la Sagrada Escritura: la imagen de la viña. Cerca de un millar de veces aparece en la Biblia la palabra ‘viña’, prueba de la importancia que esta palabra cobra en el texto bíblico.
El pan, explica Benedicto XVI, representa en la Sagrada Escritura todo lo necesario para la vida cotidiana. El agua fertiliza la tierra y hace posible la vida. El vino, en cambio, expresa la exquisitez de la creación, nos da la fiesta, en la que superamos los límites de la vida cotidiana, «alegra el corazón», según el Salmo..
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El vino y la vid se convierten, así, en imagen del don del amor. En la 1ª lectura, Isaías comienza su canto a la viña como un cántico de amor:
Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas…
Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones…
La exégesis la inicia el propio Isaías:
La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel.
Y la continúa Benedicto XVI:
Dios plantó una viña, imagen de su historia de amor con la humanidad. Dios ha infundido en el hombre, creado a su imagen, la capacidad de amar y, por tanto, la capacidad de amarlo también a Él, su Creador. Con el cántico de amor del profeta Isaías, Dios quiere hablar al corazón de su pueblo y también a cada uno de nosotros. Nos espera, quiere que lo amemos: tal invitación, ¿no debería tocar nuestro corazón?… ¿O sucederá con nosotros como con la viña, de la que habla Isaías: Dios esperaba que diese uvas, pero dio agrazones? ¿Estará Dios decepcionado de nosotros? Nuestra vida cristiana ¿no es quizá, con frecuencia, más vinagre que vino?
Las lecturas de hoy hablan, sobre todo, del fracaso del hombre. Dios plantó cepas selectas y, sin embargo, dieron agrazones. ¿Qué son los agrazones? Según el profeta, frente a la buena uva del derecho y la justicia, que Dios espera, sólo logra los agrazones del asesinato, la violencia, la opresión, que hacen gemir bajo el peso de la injusticia.
Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.
El juicio de Dios, que Isaías prevé sobre la viña, es severo:
Pues ahora os diré lo que voy a hacer con mi viña:
… La dejaré arrasada
Este juicio se realizó históricamente en las conquistas y exilios impuestos por los asirios y los babilonios (Israel en -521; Judá en -587).
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En el Evangelio, la imagen cambia:
Un propietario planta una viña, la rodea de cuidados, la arrienda a unos aparceros y sale de viaje. La viña produce buena uva. Llegada la vendimia, el propietario envía mensajeros para percibir los frutos que, como propietario, le corresponden. Pero los viñadores arrendatarios, en vez de abonar la renta, golpean o matan a los mensajeros. El propietario envía por último a su propio hijo, al que los viñadores matan también. Su motivación es sencilla: quieren convertirse en propietarios; se apoderan de lo que no les pertenece.
Benedicto XVI adapta la parábola de los viñadores a la situación religiosa actual en Europa. Estos arrendadores—comenta—nos sirven de espejo a nosotros: usurpamos la creación que se nos ha confiado en gestión. Queremos ser dueños y solos. Dios nos estorba, se le destierra de la vida pública, hasta que de este modo deje de tener significado alguno. La tolerancia que sólo admite a Dios como opinión privada, no es tolerancia, sino hipocresía. Allí donde el hombre se convierte en el único dueño del mundo, y en propietario de sí mismo, sólo puede dominar el arbitrio del poder y de los intereses. Se puede expulsar al Hijo de la viña y matarlo. Pero la viña se transforma entonces en terreno baldío y yermo, sin cultivar, arrasado.
Este es el juicio que emite Jesús sobre los viñadores:
Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?
Le contestaron: -Hará morir de mala muerte a esos malvados
y arrendará la viña a otros labradores…
El juicio anunciado por Jesús se cumplirá materialmente, y sobre todo, en la destrucción de Jerusalén por el general romano Tito, en el año 70. Pero la amenaza del juicio, añade el Papa, nos afecta también a nosotros, a la Iglesia en Europa, a la Iglesia de Occidente en general.
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Ante el juicio condenatorio de las lecturas de hoy, surge la pregunta: ¿Será la amenaza la última palabra? ¿No habrá una esperanza, una promesa, o siquiera una palabra de consuelo?
Se da ya una velada alusión en la misma parábola de la viña. La muerte del Hijo no es el final de la historia. Jesús expresa esta muerte a través de una nueva imagen tomada del Salmo 117, 22:
"La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"?
Hay, pues, una promesa y es la última palabra, la esencial. Aparece más expresa en el versículo del aleluya: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto» (Jn 15, 5). Con estas palabras del Señor, Juan nos ilustra el último, el auténtico final de la historia de la viña de Dios. Dios no fracasa. Al final, triunfa, triunfa siempre el amor.
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*Fondo por Vainica*
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