DAD AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR

Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS

Mt 22,15-21

Uno de los puntos más sensibles del “hombre” es seguramente “la cartera”. Y es también motivo de compromiso social. Si ahorras, ante los demás te conviertes fácilmente en tacaño. Si eres generoso, te comprometes como gastador. Pero el dinero se hace conflicto de manera especial frente a Hacienda. El impuesto al Estado resulta siempre molesto, sobre todo cuando no se advierte que revierta en beneficio del ciudadano pagador. Esto, tan antiguo como los Estados, lo sabían muy bien los fariseos: no en vano eran “judíos”, y sometidos al poder omnímodo de Roma.

Desde la adolescencia hasta los sesenta años, todo judío, como súbdito del imperio, estaba obligado a pagar a Roma la contribución o censo. Este censo era, además de oneroso, humillante e intolerable para la conciencia nacional. Fariseos y herodianos, aunque por táctica política aceptaran servilmente el ‘yugo’ romano, no podían estar de acuerdo con la imposición extranjera. De ahí que, a pesar de sus diferencias ideológicas y políticas,

llegaron a un acuerdo

para comprometer a Jesús con una pregunta.

La presentación parece amistosa y educada. Es la ‘captatio benevolentiae’ de todo comienzo oratorio: el recurso retórico para atraerse la buena disposición de Jesús: Se le otorga a Jesús el honorable título de Maestro, y se le reconocen las cualidades que deben adornar a todo Maestro religioso:

Maestro,

sabemos que eres sincero

y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad;

sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea.

Después de este comienzo tan elogioso, llega la pregunta envenenada:

Dinos, pues, qué opinas:

¿es lícito pagar impuesto al César o no?

La cuestión tiene una fuerte carga política: No es solo cuestión de dinero. Es cuestión de libertad, de independencia de un pueblo: ¿se debe pagar tributo al invasor romano? ¿Hay que aceptar el dominio imperialista de Roma? ¿Hay que resignarse, por tanto, a admitir una situación de colonialismo extranjero?

El dilema es, sin duda, comprometido: Si Jesús considera ilícito el impuesto, se opone al poder de Roma: si lo considera lícito, se enfrenta a la creencia general judía.

Pero si fariseos y herodianos son sagaces en su pregunta, no es menor la sagacidad de la respuesta de Jesús. Lo primero que hace es desenmascarar las intenciones de sus interlocutores:

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:

Hipócritas, ¿por qué me tentáis?

Luego contesta escenificando la respuesta:

Enseñadme la moneda del impuesto.

Le presentaron un denario. Él les preguntó:

—¿De quién son esta cara y esta inscripción?

Le respondieron:

—Del César.

Jesús no responde directamente a la cuestión teórica. De hecho está ya contestada en la moneda y efigie del César: el pueblo judío tiene que aceptar, aunque sea por la fuerza, el impuesto romano. No queda más remedio que seguir pagándolo. No es sólo lícito pagarlo: es obligatorio por imperativo legal de Roma.

Dad, pues, al César lo que es del César

Quedaba resuelto el dilema farisaico. Roma no podía ofenderse por la respuesta. Pero Jesús contesta además a algo que, sin preguntárselo directamente, subyace bajo la pregunta de los fariseos. No solo existe el reino del César, con su precepto tributario; existe también el reino de Dios, con los preceptos mesiánicos, que Jesús predica. Por eso añade:

Dad a Dios lo que es de Dios.

Como ciudadano, cada hombre debe cumplir sus deberes cívicos, pero el poder del Estado nunca puede ser absoluto. Está siempre limitado por la soberanía de Dios. Así lo expresa Isaías en la primera lectura de hoy: "Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios" (45,5). Por eso, en caso de litigio entre la autoridad humana y la divina—enseña San Pedron (Hech, 5,29)—“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

La sabia sentencia de Jesús traspasa los siglos y describe la norma de conducta del hombre con las jerarquías terrenas y con Dios. Cuando la Iglesia muestra excesivo interés por el Poder Temporal, decae irremediablemente en su misión religiosa. Cuando los políticos usurpan la función de sacristanes, legislando en materia religiosa, el suelo se siembra de mártires. ¿Remedio?

Dad a César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.