— Sí, mucho más. Hablar de la muerte continúa
siendo tabú. Y esto nos hace mucho daño,
hay que hablar abiertamente sobre ello.
ni se vela al difunto hasta darle sepultura, se cierran
los tanatorios por la noche...
— No se equivoca. Los duelos y los velatorios han desaparecido
y esto hace muy difícil asimilar la pérdida. Se han roto
todas las costumbres para ayudar a asumir la muerte
de un ser querido. Existe una tanatofobia horrorosa tanto
que se cierran por las noches. Las costumbres se mantienen
en algunos pueblos donde aún se vela al fallecido en su
casa y se acompaña a los familiares en el proceso.
La modernidad ha traído diferentes formas de ver la
muerte. El día del fallecimiento se permite cualquier tipo
de actitud pero, al día siguiente, como dicen muchos,
la vida prosigue y está prohibido llorar, expresar tristeza,
hablar del ser querido fallecido. Hay que reponerse y ser fuerte.
Esto es absurdo; el proceso del duelo hay que desarrollarlo.
— ¿Se podría decir que llorar, el luto y el duelo tiene mala prensa?
— Indiscutiblemente. Vivimos en un mundo más agresivo,
en una sociedad de triunfadores en el que está prohibido
llorar, tener dolor. Los valores que priman son el culto
al dinero, la juventud, la belleza donde los viejos y la
muerte no tienen cabida.
Las personas cuando pierden a un ser querido se sienten solas,
muy solas con su dolor porque no se les permite expresarse,
está mal visto.
Esta actitud tan moderna está creando un problema de
salud pública muy grave que saldrá muy pronto a la luz.
El luto y el velatorio es un derecho público a demostrar
la tristeza; es una costumbre milenaria, como cantar o beber..
Como dice Manuel Machado: «Cantando la pena, la pena se olvida».
— ¿Quiere decir que no realizar el proceso del duelo
puede llegar a hacer enfermar a una persona?
— Sin lugar a dudas. El 20% de las consultas psiquiátricas
es de personas que atraviesan un duelo.
No llorar a los muertos crea enfermedades psicológicas y
físicas. Una encuesta que he realizado a 6.783 médicos
de toda España, un 32% de los profesionales, concluye
que ven problemas físicos y mentales en un 97% de las
personas que atraviesan un duelo, frecuentemente
en un 55,25%, ocasionalmente en un 41,39%, nunca en un
3,33% y no sabe o no contesta en un 0,01%. Por eso
vamos a poner en marcha una investigación para analizar
los problemas de salud de los dolientes con una beca Funcis.
— ¿Qué concepto tiene usted de la muerte?
— La muerte es el precio que paga todo ser unicelular
desde el mismo momento que nace.
El hecho de que los médicos la vean como un fracaso profesional,
aunque forme parte de la vida, no la hace irreal.
Soy partidario de morir en casa, con tus recuerdos, tu
familia y no en una cama de hospital. El servicio tiene
ahora tres unidades ayudando en los domicilios.
— ¿Por qué los médicos no aceptan la muerte como
algo natural? ¿Les falta humanizarse?
— Hay un instinto de querer ayudar a los demás pero
también, una soberbia y prepotencia en la medicina, un delirio
de inmortalidad en el cuidado del paciente ajeno a la realidad.
La inmortalidad no existe. El hecho de que la medicina
haya avanzado de una manera tan importante, ha hecho
que tengamos menos interés por las personas que no
podemos curar. No son menos humanos pero sí deberían
humanizarse un poco más.
— Llama la atención que la muerte no sea una asignatura
obligatoria en la carrera de Medicina.
— Sólo hay cuatro universidades españolas, entre ellas
la ULPGC, que imparte la asignatura de cuidados
paliativos. Es curioso que los médicos tratemos la
muerte sólo en Medicina Forense.
La asignatura que imparto en la ULPGC es de las
mejores evaluadas por los estudiantes. Quizás sea porque
reviven su instinto vocacional.
— ¿Cómo deben ser los últimos días de vida?
— A medida que se acerca el final, los profesionales
tenemos menos protagonismo y más los familiares,
pero no dejamos de ayudarles. Ellos tienen necesidad de
estar presentes. Por eso potenciamos que se produzca en
sus casas, en un sitio hermoso, sin el estrépito de una
maquina, en un acto consciente, con esperanza y
tranquilidad de morir dignamente, sin dolor.