Presentar el silencio no es fácil.
Hablar es un sin sentido porque el silencio es
una práctica. Hay que ir por este camino de las
no palabras sin adelantos, sin previsiones.
Se puede decir, incluso, con ingenuidad, con pereza.
Lo primero que hay que tener es una clara
aceptación de la realidad del momento.
Aceptar todo es lo importante para que aparezca
la posibilidad del encuentro. Esto dará pie a que
fluya lo que tiene que fluir.
El silencio es una gran rebelión contra nuestro
propio desorden. Es una rebelión contra el
mundo interior. Se habla de rebeldía porque
sospechamos que puede ser posible. Es una
esperanza. Buscamos nuestra propia
transformación atendiendo a nuestra propia
profundidad íntima porque si Dios está dentro
el reencontrarlo es nuestra tarea, nuestro
derecho, nuestro deber.