JUAN: EL TESTIGO DE DESCARGO
El tercer domingo de Adviento tiene nombre propio. Es el Domingo de LA ALEGRÍA. El título está tomado de las primeras palabras de la segunda lectura (Tes.5,16-24):
Estad siempre alegres...
ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús...
En el evangelio de hoy reaparece de nuevo Juan Bautista, pregonero principal de este tiempo de Adviento. El pasado domingo aparecía de la mano de Marcos, como heraldo que anuncia la llegada del Señor. Hoy evoca la figura del Bautista su tocayo Juan Evangelista, pero no lo presenta—principalmente—como precursor sino como testigo.
El cuarto evangelio adopta como prólogo un himno litúrgico primitivo:
En el principio existía el Verbo
y el Verbo era Dios...
En él estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres…;
a los que creen en ella,
los hizo capaces de ser hijos de Dios.
El Verbo se hizo hombre y acampó entre nosotros.
O sea: el Verbo, que es luz y vida de los hombres, se encarnó para hacer al hombre hijo de Dios. Es, pues, el Mesías, enviado por Dios. ¿Es esto verdad?
Sobre el trasfondo de este himno litúrgico de la iglesia primitiva, elabora Juan un montaje procesal en el que somete a juicio la veracidad de esta confesión. Para ello presenta un testigo de excepción, Juan Bautista:
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venia como testigo,
para dar testimonio de la luz,
a fin de que todos creyeran por él.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
Comenza el proceso. Lugar de la audiencia:
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán,
donde estaba Juan bautizando.
La ‘Betania’ indicada por Juan es seguramente Bethabara, una población situada al nordeste del Mar Muerto. La ubicación en la otra orilla del Jordán, seguramente artificial e intencionada, marca la línea divisoria entre las dos partes del conflicto, constante en todo el evangelio: Jesús y el centro religioso de Jerusalén.
El texto emplea terminología judicial: testigo, testimonio, confesión.
Testigo de descargo a favor de Jesús: Juan Bautista,
Acusadores o fiscales: sacerdotes, levitas y fariseos, venidos de Jerusalén (“Allí están los tribunales de justicia” canta el salmo 122,5).
Éste es el testimonio de Juan,
cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle:
La acción directa de la acusación no se centra sobre Jesús, el acusado, sino sobre la personalidad de Juan, el testigo. Hay, pues, un careo animado entre fiscales y testigo del acusado.
—“¿Tú quién eres?”
El confesó sin reservas: —“Yo no soy el Mesías.”
Le preguntaron: —“¿Entonces, qué? ¿Eres Elías?”
Respondió: —“No lo soy.”
—“¿Eres tú el Profeta?”
Respondió: —“No.”
Y le dijeron: —“Tenemos que llevar una respuesta a quienes nos enviaron; ¿qué dices de ti mismo?” Él contestó: —“Yo soy la voz del que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, según dice el profeta Isaías”.
Algunos de los enviados que eran fariseos le dijeron: —“Si no eres el Mesías ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?”
Juan les respondió: —“Yo bautizo con agua;
en medio de vosotros hay uno que no conocéis,
el que viene detrás de mí,
y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.
También la sandalia podía ser en Israel un signo jurídico para expresar un derecho.
En Rut 4,7 leemos: “Antiguamente había esta costumbre en Israel, cuando se trataba de rescate o de una compraventa: para cerrar el trato se quitaba uno la sandalia y se la daba al otro. Así se hacían los tratos en Israel”.
Y el Deut.(5,7-10) prescribía: Si una mujer queda viuda y el cuñado rehúsa tomarla por esposa, la mujer “se le acercará, en presencia de los ancianos, le quitará una sandalia del pie, le escupirá en la cara y le responderá: Esto es lo que se hace con un hombre que no edifica la casa de su hermano. Y en Israel se llamará: La casa del Sinsandalias”.
Cuando Juan reconoce que no es digno de desatar la sandalia de Jesús, está afirmando que Jesús, el acusado, es el que tiene la verdad. Los culpables, en todo caso, son los propios fariseos, los acusadores, que teniendo la obligación de conocer a Jesús, ignoran quién es.
Veredicto litúrgico final:
En medio de vosotros hay uno que no conocéis,
el que viene detrás de mí,
Muchos motivos tenemos los cristianos para estar alegres, en este Domingo de la Alegría y siempre. Pero el más importante, sin duda, es que el Emmanuel, el Señor, está con nosotros.
Jesús, cuyo nacimiento en Belén vamos a recordar, puede resultar para nosotros un desconocido. Sin embargo Él es el Verbo, la Palabra, la manifestación de Dios entre los hombres. Es lógica la recomendación de Juan: "Allanad el camino del Señor". Este es el recuerdo permanente del Adviento. Alegraos, pues, porque el Señor está cerca.
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