UN DIVINO PIROPO: GRATIA PLENA
Resulta difícil intentar expresar lo inenarrable. Cuando saludamos a una persona a la que tenemos en gran estima, y queremos expresarle nuestros sentimientos, le decimos: “Hola, preciosa”, o algo equivalente. Sabemos que nuestro saludo apenas es reflejo de lo que sentimos, pero la pobreza de lenguaje no abarca, a veces, la grandeza de los sentimientos.
Algo semejante debió de sucederle ante María al Arcángel Gabriel. Y por supuesto a su ‘amanuense’ Lucas. ¿Cómo lograr que el mar tenga cabida en una concha? (según la conocida anécdota de S. Agustín). ¿Cómo comprimir el misterio de lo divino en palabras humanas? No es tampoco deficiencia del lenguaje angélico, sino del humano.
Gabriel le dice: “Salve, llena de gracia”. ¿Qué significaban estas palabras? No creo que en el pensamiento de Lucas la expresión “llena de gracia” tuviera el significado teológico que se le ha dado posteriormente. María no lo hubiera comprendido.
El pasaje de la Anunciación no puede desglosarse del contexto bíblico mesiánico. Marca, en efecto, la cima, el cumplimiento definitivo de la promesa redentora, hecha por Dios en el paraíso y mantenida a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Esta relación salvadora ‘Dios-hombre’, en la historia bíblica ‘Dios-Israel’, está expresada muy frecuentemente, en estilo metafórico, con vocabulario de esponsales o matrimonio:
Dios desposa a Israel;
lo repudia cuando Israel le es infiel;
pero está dispuesto a perdonarlo,
porque Dios es siempre fiel a la promesa.
La redacción de Lucas recoge ecos marcados de este lenguaje bíblico esponsalicio. La Virgen, como en el vocabulario de los esponsales, es para Dios "graciosa", “agraciada”, “muy favorecida”. El original arameo se traduce por: "objeto del favor divino"; y el mismo sentido tiene la versión griega (kejaritomene), la latina y las traducciones modernas de la Biblia.
Pero, sin duda, la mejor explicación de estas palabras la hace el propio Gabriel (Lc.1,30):
“has hallado gracia a los ojos de Dios”.
La expresión “llena de gracia” sería, pues, un divino piropo, con el que Gabriel inicia el diálogo que culmina, por medio de María, los esponsales de Yahvé con Israel (y la humanidad). Así lo pide el contenido del mensaje:
“Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo,
y le pondrás por nombre Jesús…”
Y así lo entiende Ella: comprende que Dios va a realizar con Ella el misterio de los esponsales prometidos en el Antiguo Testamento.
Solo le queda una duda, fundada en su virginidad:
¿Cómo sucederá (FIET) esto?
Gabriel se la resuelve:
El Espíritu Santo vendrá sobre ti,
y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra;
por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
María, la esclava del Señor, acepta:
FIAT: hágase en mí según tu palabra.
Y en aquel instante, como enseñaba un antiguo Catecismo:
“En las entrañas de la Virgen María formó el Espíritu Santo de la purísima sangre de esta Señora un Cuerpo perfectísimo,
creó de la nada un Alma y la unió a aquel Cuerpo;
y en el mismo instante a este Cuerpo y Alma, se unió el Hijo de Dios;
y de esta suerte el que antes era sólo Dios,
sin dejar de serlo,
quedó hecho hombre”.
Y EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS: EMMANUEL.